viernes, 26 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 44

Cinco minutos. Diez. El pecho desnudo de Pedro brillaba y palpitaba. Tenía el pelo pegado a la frente. El sudor le caía a chorros. Los músculos estaban a punto de estallar. Ella sacó fotos hasta que se acabó la película, hasta que el esfuerzo de él supuso el agotamiento de ella. Entonces, en un momento que pareció casi intranscendente, el ternero se deslizó fuera del cuerpo de su madre. A pesar de las palabras de Javier, ella había conservado la esperanza. Pero, evidentemente, el ternero estaba muerto, era una masa inmóvil. Pedro seguía sin darse por vencido. Se volvió hacia Javier y este fue corriendo a la camioneta y volvió con un puñado de paja. ¡Parecía imposible que un puñado de paja sirviera para algo! Pedro se inclinó sobre el ternero, le metió la paja por la nariz y sopló. Nada. Volvió a soplar y el ternero estornudó. Ella estaba tan asombrada que rompió en una carcajada. A Pedro se le iluminó el rostro. Volvió a soplar y gritó de alegría al ver que el estómago del ternero se inflaba como si lo hubiera llenado de aire. Fue el grito de un guerrero que había vencido al enemigo más espantoso. Al verlo, ella supo por qué lo hacía. Era una de las pocas formas de vida que quedaban en el mundo que permitían a un hombre como él ser como era: más fuerte que la fuerza y total y plenamente masculino. Era un mundo que ponía a prueba su fuerza con obstáculos que él superaría, o no. Ella se preguntó qué haría cuando perdía. Él la miró y sonrió. Era una sonrisa intemporal. Dé ese momento. Del momento en el que había vencido. Se levantó, buscó la camiseta, se limpió con ella y se la puso. Estaba agotado y con los hombros caídos por el esfuerzo.

—¿Crees que saldrá adelante, Javier?

—Lo dudo —contestó él, pero sonreía.

Pedro hizo un último esfuerzo para tomar al ternero en brazos y acercarlo a su madre. Ella lo olisqueó y lo lamió.

—Hay pocos que salgan adelante —dijo Pedro a Paula—. Quizá uno de cada mil.

—Pero, ¿Él lo hará?

—Es posible.

Paula había vislumbrado algo de él que el mundo nunca vería por muchas fotos que le sacara: Una especie de fuerza interior que era pareja a la exterior.

—Javier, vamos a ponerlo en la parte de atrás de la camioneta y a llevarlo a los establos. Creo que su madre nos seguirá. Conduce despacio, no como sueles hacerlo.

Volvió a tomar en brazos al ternero bajo la atenta mirada de su madre y lo dejó en la parte de atrás de la camioneta, luego se montó a su lado. Ella trepó y se colocó al otro lado del ternero. Parecía un mundo mágico, pero ella no sabía si era por el milagro sanguinolento que tenía delante o por el otro milagro que se producía entre Pedro y ella. Era algo que crecía en el ambiente.

—¿Crees que a las chicas de la ciudad les gustarán esas fotos? —preguntó él mientras acariciaba la cabeza y las orejas del ternero.

Ella se encogió de hombros y se dio cuenta de que no sabía si quería compartir esas fotos con alguien. Eran demasiado íntimas y mostraban demasiado de él. Las mujeres acudirían a raudales a la puerta de Pedro si llegaban a conocerlo, y ella comprendió que no quería compartirlo. ¿Compartirlo? Eso significaría que era suyo y eso distaba mucho de ser verdad. Aunque hubiera parecido verdad cuando se besaron en el pajar. Fue como si él fuera de ella y ella de él. Se dió cuenta de que estaba atrapada por la fuerza de ese poder. Entendió, con una claridad sorprendente, a dónde quería llegar. Tan lejos como pudiera ir.

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