viernes, 5 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 65

La cena benéfica para Warrior Down había sido un éxito, una elegante gala a la orilla del lago. El día perfecto que su compañía patrocinaba había sido la segunda mayor puja de la noche. La primera, una idea que él había despreciado. A Paula se le había ocurrido que los invitados patrocinasen vacaciones para familias de militares heridos o caídos en acción. Cuatro días de excursión a caballo por las montañas. Pedro, cínico como era, había pensado que a nadie le interesaría eso. Que querrían el día perfecto para ellos mismos, no para dárselo a otra persona. ¿Nada para ellos? No se le había ocurrido que pudiera ser un éxito. Y ella, aparte de algún saludo a distancia, apenas había hablado con él. Estaba empezando a preguntarse si todo aquello era una broma, una manera de vengarse por haber destrozado sus sueños y esperanzas. Una manera de castigarlo por haberla abandonado. Cinco minutos después, un camarero le entregó una nota. "Espérame, confía en mí".

Sí, confiaba en ella. Pero la fiesta estaba terminando y la gente empezaba a marcharse. El jardín estaba silencioso, la pista de baile vacía y la noche se evaporaba. Pedro miró alrededor, preguntándose si debía seguir esperando. Pero entonces escuchó un chapoteo en el agua.

–Pedro, ven. ¡Está estupenda!

Él guiñó los ojos, intentando escudriñar en la oscuridad.

Reconocería esa voz en cualquier parte, pero estaba demasiado oscuro... ¿Paula estaba nadando en el lago... desnuda?

–¡Paula, sal del agua! O no, mejor no.

–Ven tú.

–Estás loca.

–Lo sé –respondió ella–. Nada que ver con Pauli, ¿Eh? Pero la culpa es tuya.

Pedro se acercó a la orilla quitándose la ropa hasta quedar en calzoncillos.

–¡Ah, eres tímido!

Riendo, él se lanzó al agua y llegó a su lado en unas cuantas brazadas.

–¿Se puede saber qué estás haciendo?

No podía ver en la oscuridad. ¿Estaba desnuda?

–Me estoy ahogando –respondió Paula–. Y necesito que me salves.

–Eso no es verdad. Nadas como un pez.

–Me estoy ahogando de soledad. Me estoy ahogando de amor por tí.

–Pauli...

–No, déjame terminar –lo interrumpió ella–. No tienes por qué salvar al mundo continuamente. No tienes que protegerme. Vuelve a casa, Pedro. Vuelve a casa conmigo.

Él la miró, perplejo.

–¿Llevas algo puesto?

–Nada –respondió ella, sin sentir vergüenza alguna.

Y entonces Pedro soltó una carcajada. Aquella era la Paula a la que adoraba, espontánea, aventurera, libre, fuerte. La chica que llevaba la fotografía de un deportivo rojo en el monedero. Aquella era la otra Paula, solo para él. Ella se lo ofrecía como un regalo y , sin poder resistirse, la envolvió en sus brazos.

–Llevas un bañador –dijo él. Y no sabía si sentirse aliviado o decepcionado.

–Lo sé, pero pensar que no era así ha hecho que te metieras en el agua, ¿Eh?

–Eres diabólica –Pedro la apretó contra su pecho, besando su nariz–. ¿Qué estás haciendo?

–No quiero que olvides este momento. Te quiero, Pedro –le confesó Paula–. Quiero casarme contigo y tener hijos contigo. Quiero nadar desnuda y tocar las estrellas contigo. Quiero ser lo mejor que pueda ser y no puedo hacerlo sin tí.

–Se supone que soy yo quien debe pedirte que te cases conmigo, no al revés.

–¿Quién lo dice? –replicó ella–. Los días en los que tú dirigías el mundo han terminado, Pedro Alfonso.

El alivio era abrumador, pero aun así hizo un último esfuerzo por demostrarle que estaba equivocada.

–No sabes dónde te estás metiendo. En serio.

Paula buscó sus labios y encontró la verdad allí. Sabía perfectamente dónde estaba metiéndose. Lo conocía mejor de lo que creía posible, mejor de lo que se conocía a sí mismo. Conocía su fuerza y sus debilidades. Y seguía pidiéndole que se casara con ella.

–En realidad, sí lo sé. Pero es posible que seas tú quien no sabe dónde se esta metiendo.

Pedro rió, apretándola contra su corazón, besando su cuello, sintiendo el sensual roce de su pelo mojado.

–Puede que tengas razón, Pauli.

–¿Eso es un sí?

–Sí, cariño –respondió–. Es el sí más grande de toda mi vida.

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