lunes, 1 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 53

–¿Quieres pasar el día con nosotros?

«Nosotros».

–Bueno –respondió de nuevo el niño, sin aparente entusiasmo.

–¿Cómo sería tu día perfecto?

Tomás se encogió de hombros.

–No tener que ir al colegio, ese sería el día perfecto.

–En verano no tienes que ir al colegio. Si pudieras hacer lo que quisieras, ¿Qué sería?

El niño suspiró, como si le pareciese una pregunta muy tonta, pero después pareció dejarse llevar por la frívola tentación de soñar un poco.

–Mi día perfecto sería montar a caballo en las montañas. Haría una hoguera frente al lago y me haría perritos calientes, todos los que quisiera... seguramente seis o siete. Me comería seis bolsas de patatas fritas y me bebería un litro de chocolate caliente –Tomás quería parar, pero el sueño se había apoderado de él–. Dormiría bajo las estrellas y no podría comer más, ni siquiera una patata frita. Escucharía a los caballos rumiando y a lo mejor un búho. Estaría con gente que me quisiera más que a nadie en el mundo y no tendría problemas. Sería un sitio donde nunca me preocuparía de nada y me sentiría seguro porque sabría que no iba a pasarme nada malo.

De repente se quedó callado, mirándolos con gesto desafiante, como si supiera que había hablado demasiado.

Pedro miró a Paula de soslayo y vio que tenía los ojos empañados, pero intentaba disimular. También a él se le había hecho un nudo en la garganta. ¿Qué niño de siete años soñaba con cosas así? ¿No soñaban con juguetes nuevos? Si alguien les ofrecía el día perfecto, ¿no querían jugar con sus amigos en la piscina o pasar el día en un parque de atracciones? ¿O ir a un partido de fútbol? ¿Conocer a un deportista famoso o a una estrella del rock? ¿Qué niño de siete años soñaba con acampar en medio de ninguna parte, comer hasta hartarse y sentirse seguro? Sabía muy bien qué clase de niño de siete años soñaba con esas cosas. Cuando miró a Paula por encima de la cabeza de Tomás, ella le devolvió la mirada como pidiéndole... no, esperando que fuese un héroe. Tenía que alejarse de eso, de ella, de aquel niño y de lo que quedaba de su corazón, que parecía estar siendo devorado por lobos. ¿Pero huir de lo que más miedo le daba? Eso no estaba en su naturaleza. Y salir huyendo no era el juramento que había hecho. Respirando profundamente, tuvo que reconocer la ironía de tener que rendirse y prepararse para la batalla al mismo tiempo.

–¿Has conducido un Ferrari alguna vez, Tomás?

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