lunes, 8 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 1

Pedro Alfonso sabía que estaban mirándolo. La secretaria, una mujer lo suficientemente mayor como para no hacer esas tonterías, lo miró durante más tiempo de lo que a él le pareció estrictamente correcto y luego volvió a dirigir la mirada a la pantalla del ordenador con una sonrisa sigilosa. Fingió no haberse dado cuenta y deambuló por la habitación con cierta incomodidad. La zona de espera de Francisco Gringle y Asociados le pareció más propia de una película que de la vida real, por lo menos a juzgar por las oficinas que él había visto en la vida real. No podía creerse que su hermana, una chica criada en un rancho, trabajara y encajara en un sitio así. Se sentó en un sofá de cuero color mantequilla. Había otro enfrente de él. Se podían ver por todos lados plantas de un verde exuberante. Él no acababa de comprender que una planta pudiera sobrevivir en un sitio sin luz natural. La luz artificial era tenue y la alfombra que cubría las baldosas de mármol era tan vieja y estaba tan gastada que no había duda de que la habían comprado en algún bazar de África. Oyó un rápido taconeo que se acercaba y, de pronto, ella apareció. Era alta y esbelta, llevaba una falda azul ceñida y una chaqueta corta a juego, lo miró fugazmente y con una seguridad asombrosa si se tenía en cuenta el equilibrio que debería estar haciendo para mantenerse de pie sobre aquellos tacones de aguja, luego se dirigió hacia la mesa y susurró algo a la secretaria. La breve conversación estuvo salpicada de risitas y miradas de reojo. A él. Las miradas estaban cargadas de secretos y... complacencia. Miradas que nada tenían que ver con el tenue ambiente y la fama de seriedad que se había labrado la prestigiosa empresa de relaciones públicas.

Pedro frunció el ceño y agarró una revista de la mesa de castaño que tenía delante. Se vio reflejado en la pulida superficie y comprendió lo chocante que resultaba. Sombrero vaquero, camisa blanca de algodón con el cuello desabotonado y vaqueros. Quizá hubiera criado alguna de las vacas de donde había salido el cuero sobre el que estaba sentado. Una ráfaga de miradas y risitas hizo que frunciera más el ceño y abriera la revista con un gesto violento. Leyó el primer párrafo de un artículo sobre gestión de oficinas.

No tenía una oficina, pero le pareció preferible leer el artículo que bajarse más el ala del sombrero sobre los ojos. Otra joven apareció, era rellenita y atractiva y lo miró de arriba abajo, luego sacudió el pelo por encima de los hombros y parpadeó varias veces. Si esperaba alguna reacción de él, no la tuvo, de modo que se fue a la mesa para cuchichear con las otras dos. Oyó algunos retazos de la conversación. Algo sobre que era mejor al natural, algo sobre compartir una bañera de agua caliente y una copa de vino a la luz de las estrellas. Les lanzó una mirada fulminante y sombría que solo consiguió que arreciaran las risitas y que se oyeran unos suspiros. Renunció a seguir fingiendo que leía la revista, la dejó en la mesa, estiró las piernas y cruzó las botas a la altura de los tobillos. No sabía en qué lío se había metido su hermana, pero por el momento no iba a serle de mucha ayuda ya que tenía ganas de estrangularla. Una hora y media en coche hasta el centro de Calgary en plena temporada de cría del ganado. Según le había dicho por teléfono, era un asunto de vida o muerte.

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