miércoles, 10 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 6

—Además —dijo alegremente ella—, ¿cómo iba a imaginarme que ibas a ganar?

Él suspiró. ¿Intentaba despistarlo? Se limpiaba las lágrimas con la manga y la estaba dejando completamente negra. Era imposible no darse cuenta aunque él ya no le comprara la ropa.

—¿No puedes invitarme a comer? —dijo ella con un pequeño hipo—. No te vendrá mal descansar un poco de las comidas de Cookie. Además, ya no me ves casi nada.

Él la miró. Su hermana pequeña ya no era nada pequeña y cada vez que la veía era una mujer más hecha a la ciudad. Quizá no fuera una mala idea aprovechar la ocasión para estar con ella.

—De acuerdo —dijo entre dientes—. Pero algo rápido y barato.

Naturalmente, ella le llevó a un pequeño restaurante francés que no era barato ni remotamente rápido. A pesar de todo, Luciana le hizo reír al contarle como escondía en su pequeño departamento un San Bernardo que había encontrado abandonado. Hasta el momento, nadie había contestado al anuncio que había puesto en el periódico.

—El perro —dijo ella con orgullo—sabe abrir la nevera.

¿Un San Bernardo que sabía abrir la nevera?

—Por eso los dueños no han contestado al anuncio —comentó Pedro.

Llegó la comida. Él había rechazado el vino, no tomaba vino con la comida, pero Luciana no le había hecho caso y le estaba sirviendo el segundo vaso del vino blanco de la casa.

—Pedro, sabes que mamá murió de cáncer de mama.

Él dió un sorbo de vino. Ella le había incitado a beber vino con la comida e intentaría darle la puntilla.

—No lo he olvidado —dijo tranquilamente él.

—¿No crees que estamos obligados a combatir la enfermedad que se llevó a nuestra madre? ¿No recuerdas lo espantoso que fue?

Él estaba convencido de que lo recordaba mejor que ella porque era mayor. La miró y comprobó que lo estaba arrinconando. No dijo nada y, contra todo sentido común, dió otro sorbo de vino.

—El calendario podría recaudar mucho dinero para la investigación.

Luciana se aseguró de que él la escuchaba con atención y dijo una cifra. Él casi escupió el vino.

—¿Lo dices en serio?

—Completamente.

—Pero que yo no lo haga no significa que no vayan a comprar el calendario.

—No, pero el noventa por ciento de las mujeres te ha votado a tí. Eso es mucho, Pedro, sobre todo si hace que compren calendarios. En Calgary hay setecientas cincuenta mil personas. Se calcula que unas doscientas mil son mujeres. Si solo el cincuenta por ciento de ellas comprara un calendario, eso significaría mucho dinero. Solo en esta ciudad.

Él notaba que la cabeza empezaba a darle vueltas y no era por el vino.

—Luciana —lo dijo pronunciando cada letra—. No voy a hacerlo.

Evitó decir «nunca».

—Pedro... —ella suspiró y se miró las uñas—. Ni siquiera tendrías que venir a la ciudad. No perderías ni una hora de trabajo.

—He dicho que no.

—Ni siquiera sabrías que el fotógrafo está allí. El fotógrafo ya está elegido. Es de primera categoría.

—No.

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