viernes, 26 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 41

Pedro se agachó y la levantó con cierta brusquedad, después le sacudió la
paja rápidamente.


—Sabía que era un disparate llevar este jersey en un pajar —dijo él.

—Lo recordaré para la próxima vez.

Ella, aunque aturdida, notó que había algo protector en la forma de pasarle la mano por el pelo y de colocarle el cuello del jersey.

—No va a haber otra vez —gruñó él.

Cuando apareció Javier, él se puso delante de ella, como si tuviera que proteger su decencia, como si estuviera desnuda y no solo ruborizada y cubierta de paja desde los pies a la cabeza.

—¿Qué quieres? —soltó Pedro.

Javier le echó un vistazo y su cara fue adoptando el gesto de haber comprendido lo que pasaba hasta que los ojos se le iluminaron con un aire burlón.

—No es lo que estás pensando —dijo con rabia Pedro—. Paula está haciendo fotos.

—¿Cómo sabes lo que estoy pensando? —preguntó con sorna Javier.

Pedro lo miró fijamente.

—Créeme, sé lo que piensas.

—Muy bien. Te encuentro en el pajar con una chica hermosa, los dos cubiertos de paja y sonrojados...

Pedro dió un paso adelante y Paula notó que tenía el puño cerrado. El rostro curtido de Javier reflejó sorpresa.

—Que yo sepa, los dos sois mayorcitos. No es asunto mío.

—Así es —dijo lacónicamente Pedro—. Limítate a decirme qué quieres.

—Ah, tenemos un problema con una vaca que está pariendo en el prado del suroeste. He hecho todo lo posible, pero ya no me quedan fuerzas y he pensado que lo mejor sería venir a buscarte.

Paula se asomó por detrás de Pedro e intentó interpretar su rostro. Era casi lúgubre. ¿Estaba aliviado por el rescate o pesaroso? ¿O un poco de las dos cosas como ella? Javier se agachó y recogió el sombrero, lo sacudió contra la pierna y lo miró con una expresión de pena que hizo que Paula, quisiera echarse a reír. Quizá esas ganas de reír eran para romper la tensión que empezaba a ser insoportable. Hasta Apolo parecía haberse dado cuenta y miraba con ansiedad a una cara y otra. Javier decidió, con mucho sentido común, centrarse en el sombrero.

—Es una pena —dijo—. Ese es tu sombrero bueno, ¿no?

Pedro lo miró con furia.

—De acuerdo, de modo que tampoco se puede hablar del sombrero, ¿No? —farfulló Javier—. Puedo ocuparme yo solo de la vaca, supongo. Solo necesito unas cadenas. Creo que están en la otra camioneta y la tiene Pete y yo no creía que fuera a tener tiempo, pero...

—No te preocupes —dijo Pedro—. Voy contigo.

—Yo también —dijo ella mientras agarraba la cámara. Slim se dio la vuelta y bajó a toda prisa las escaleras.

—Ha sido una suerte que apareciera cuando lo hizo —dijo con un gruñido Pedro.

Ella se colgó la cámara del cuello y miró a Pedro.

—No creas que esto va a quedar así —le advirtió ella con tono desenfadado—porque no va a hacerlo.

—Sí va a hacerlo —replicó él con una firmeza inquebrantable.

—¿Quién lo dice? —dijo ella mientras se cruzaba los brazos sobre el pecho.

—Lo digo yo —dijo él mientras se cruzaba los brazos sobre el pecho.

—¿Quién te ha dado el mando de todo lo que se mueve sobre la faz de la tierra?

—Intento ser juicioso.

—¿Sabes una cosa? He sido juiciosa toda mi vida y he decidido dejar de serlo.

—¿Has esperado hasta ahora para tomar esa decisión? —preguntó él que se debatía entre la irritación y la diversión.

—Eso parece —contestó ella sin arrepentimiento.

Se quitó una brizna de paja del jersey y él siguió el movimiento de la mano con ojos ardientes.

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