viernes, 19 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 28

—¡Espera! Necesitaré... accesorios. ¿Tienes decoración de Navidad?

—Debajo de las escaleras.

—¿Calcetines? Ya sabes, para colgar en la chimenea.

Él puso los ojos en blanco.

—En el cajón de mi armario. Sírvete tu misma.

A Paula no le importaba revolver en los cajones de su armario, pero dada la ansiedad que tenía por alejarse de ella, podía darse cuenta de que él no iba a ayudarla.

—Comeré algo en el barracón. Te invitaría, pero no creo que quieras ver a esos tipos por la mañana. Tienes cereales y esas cosas en los armarios. Considérate en tu propia casa.

Ella sospechaba que la verdad era que él no quería pasar ni un segundo más del necesario en su compañía, pero se volvería loca si tenía que adivinar si se debía a que se ganaba la vida vendiendo papel higiénico o a que la encontraba insoportablemente atractiva. Volvió a la sala después de haberse hecho unas tostadas y de haber probado el café, que era espeso, oscuro y amargo. Cerró las cortinas y miró alrededor. Era una habitación con poca decoración, pero la butaca de cuadros azules era hogareña y alegre. La acercó a la chimenea, que era una pieza magnífica de piedra. Colocó algunas luces y trabajó hasta conseguir el suave resplandor que estaba buscando. Fue por la caja con los adornos de Navidad. Puso una guirnalda sobre la chimenea. Era de plástico, pero ella sabía que con la luz adecuada y algunos retoques en el laboratorio parecería de verdad. Encontró papel de envolver y lazos e hizo una caja. La leña estaba en un recipiente cerca de la chimenea. Ella preparó unos leños para encenderlos en cuanto él volviera. Unos calcetines pinchados a la repisa de madera que había sobre la chimenea y la escena sería perfecta.

Con cierto nerviosismo fue al dormitorio de Pedro. Se sentía como una fisgona, como una adolescente que hacía acopio de recuerdos de él para poder utilizarlos en el futuro. Se recordó que esa vez sería completamente distinto. Podría haberlo sido si su dormitorio hubiera exhibido poder y seguridad en él mismo; si pareciera la habitación de un hombre que hubiera podido tener a la mujer que hubiese querido. Podría haberle resultado más fácil empezar a afianzar el muro que estaba construyendo alrededor de su corazón y su mente si hubiera tenido una cama con cuatro columnas y una cómoda de caoba y todo reflejara fuerza y virilidad; si pareciera el dormitorio en el que había seducido a mil mujeres.  Pero la habitación no tenía nada de eso. Hacía que sus palabras se quedaran cortas. Tenía que ser un espanto en los asuntos entre hombres y mujeres.

El dormitorio de Pedro era una habitación sin encanto, no tenía un ápice de atractivo. Había una cama doble hecha a la ligera con una manta gris sobre sábanas y fundas de almohada blancas. Enfrente de la cama había una cómoda decrépita. Encima de la cómoda había un cepillo y unos calcetines asomaban del cajón inferior. Esos eran todos los muebles. No había cuadros en las paredes, ni una colcha de colores, ni siquiera una alfombra para tapar el suelo de madera. Le pareció una habitación terriblemente solitaria y le afectó mucho. Le hizo pensar en él no como en el hombre al que deseaban nueve de cada diez mujeres, sino como un hombre vulnerable que se dejaba llevar por su soledad. Además, parecía desconocer dichosamente su situación. En el cajón superior había camisetas guardadas de cualquier manera. El cajón central estaba completamente vacío. El tercero tenía la ropa interior. Calzoncillos largos, aunque a ella eso le daba igual y no iba a ruborizarse. Los calcetines que estaba buscando estaban al fondo y encontró algunos que eran perfectos. Eran de lana, grises y anticuados con los talones y los dedos blancos. Después de colgar los calcetines, se apartó un poco y se sintió satisfecha. Lo único que faltaba era un tazón de chocolate caliente en la esquina de la mesilla. Un chocolate caliente de verdad habría sido un desastre porque habría derretido la crema batida, aunque, en cualquier caso, era bastante improbable que él tuviera crema batida. Agarró un tazón grande y muy masculino de la cocina y lo llenó de espuma de afeitar. El aspecto era delicioso.

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