lunes, 1 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 54

Se llamaba Automoción y era un circuito de karts con una enorme selección de todos los grandes coches en miniatura. Pedro miró a Tomás y Pedro, hablando sobre los coches como si fueran reales antes de decidirse por uno. No solo estaba enamorándose de él, era algo más. Había visto en su cara el momento en el que decidió darle a Tomás el sueño de cualquier niño normal. Había visto en su cara el momento en el que decidió entregarse a aquella aventura, a la sensación de ser una familia. Y se había enamorado locamente. Otra vez. Aun sabiendo que podría tener consecuencias funestas, aun sabiendo que Pedro no la amaba como no la había amado cuando tenía catorce años.

Paula siempre había tenido un don para eso: ver que las cosas podían ir mal, ver el desastre frente a sus ojos antes de que ocurriera. Era lo que la convertía en una buena organizadora de eventos: pensar en lo que podría ir mal. Mientras los clientes lo pasaban bien, ella anticipaba cualquier problema y apagaba fuegos antes de que se encendieran. De modo que le asombraba ver que, después de un cuidadoso cálculo de todo lo que podía ir mal por entregarle su corazón a Pedro Alfonso, sencillamente no le importaba. Le gustaba cómo se sentía en aquel momento, detrás del volante de un Ferrari en miniatura. Viva. Sabiendo que, si se relajaba un poco, la vida iría en la dirección que le diese la gana, haciendo giros inesperados. Pero eso no tenía por qué ser necesariamente malo. Estaba despierta y estar despierta hacía que se diera cuenta de que quería experimentar cosas nuevas, que no podía seguir siendo tan juiciosa y cauta como siempre. De modo que juró no ser juiciosa y cauta. No iba a sopesar cada posibilidad, cada opción. No iba a mirar el futuro con temor. Iba a vivir, despierta, disfrutando de todo. Iba a aceptar con los brazos abiertos el inesperado regalo que le había dado aquel día. Iba a reconocer los inesperados regalos que había recibido desde el día que los ponis saltaron la verja del parque. ¿No era esa una de las cosas más extrañas de la vida? A veces, los mejores regalos eran el resultado de un evento que uno juzgaba malo en principio.

El Ferrari que eligió no era rojo, sino amarillo, y se había colocado en la parrilla, con el circuito lleno de karts, cuando sonó el disparo de salida. Pedro y Tomás arrancaron a toda velocidad. Ella tardó un poco más en acostumbrarse. No era fácil perder el hábito de ser cauta y aquella actividad parecía peligrosa. Los conductores iban a toda velocidad por la pista en forma de ocho. Estaban en la segunda vuelta cuando vió a Pedro mirarla con una sonrisa retadora. No podía haberlo oído con el estruendo de los motores, pero estaba segura de que había dicho: «Puedes relajarte, Pauli». Y lo hizo. Se relajó por primera vez en mucho tiempo. ¿No le había demostrado el universo que no tenía que estar siempre tensa, siempre controlándolo todo? De modo que se dejó llevar. Pisó el acelerador y salió lanzada hacia delante. Le gustó tanto esa sensación que pisó el acelerador un poco más.

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