miércoles, 24 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 40

La otra Paula habría quedado devastada. Se habría levantado, se habría sacudido la ropa y habría salido corriendo del pajar. Pero una Paula nueva se había apoderado de ella y podía notar los latidos descontrolados de él, podía apreciar algo masculino y excitante en el aire, podía percibir el anhelo en cada tono de voz de Pedro. La nueva Paula interpretó cada palabra, sobre todo cuando lo miró a los ojos. Ya no tenían un ápice de tranquilidad y bajo la superficie inmóvil bullía una pasión irrefrenable.

—No me preferías cuando era frígida y puedo demostrarlo.

Pedro la agarró de los hombros y ella notó su fuerza; comprendió que podía apartarla en un segundo, pero también notó la vacilación y aprovechó para besarlo leve y delicadamente. Los labios de él parecían duros, pero eran suaves. Tenían un sabor dulce y silvestre y cuando los separó, ella supo que la batalla había terminado.  Él gimió y le pasó los brazos por la espalda. La apretó contra sí hasta que los cuerpos se fundieron en uno. La lengua de él, ardiente y sensual, entró en la boca de ella y Paula sintió un escalofrío cuando recorrió su interior. Metió las manos dentro de la chaqueta y las apoyó en los marcados músculos del vientre para subirlas lentamente hacia los poderosos pectorales. Atrapada en la sensualidad pura, aumentó su osadía. Le levantó la camiseta con la necesidad de sentir, de conocer, de descubrir, de explorar. La piel era como un milagro maravilloso. Era sedosa, cálida, flexible y resistente. Se le aceleró la respiración al igual que a Pedro. Este intentó mantener el control, pero la osadía de Harriet lo paralizó un instante. Ella notó que se le tensaban los músculos, que quería apartarse, que quería recuperar el poder perdido. Ella le acarició el pecho y los pezones y notó una tensión distinta que se adueñaba de los músculos. Él dudó, pero luego le pasó leve y delicadamente el pulgar por los pechos. Paula no se había imaginado que la experiencia pudiera ser más intensa, pero cuando él la acarició, ella tuvo que volver a plantearse todo lo que había dado como cierto hasta ese momento. Lo que le había parecido ardiente, le parecía frío, como si esa pasión que la dominaba fuera fuego líquido que le corría por las venas, que le quemaba cada terminación nerviosa y le producía una mezcla de placer y dolor. Él volvió a besarla. Había desaparecido cualquier inocencia que hubiera podido haber en el primer contacto de los labios. La boca de Pedro la atrapó con fuerza. No era brutal, pero tampoco delicado. Se había desatado la pasión, esa furia maravillosa.

—Jefe, ¿Estás por aquí?

Se quedaron de piedra. Pedro se incorporó un poco y se quedó escuchando.

—¿Jefe?

Él dijo entre dientes una palabra que ella había oído decir a muchos hombres cuando estaban en situaciones extremas. Paula se elevó un poco con el deseo de acariciarle el lugar donde le latía el corazón, de detener el tiempo, de que él no hiciera caso de la llamada. Pedro la miró y se puso de pie con una agilidad felina. El pecho le subía y bajaba, se colocó la camiseta, se pasó una mano por el pelo y se sacudió la ropa. Los pasos que se oían subir las escaleras sonaban como los del gigante de Pulgarcito. Paula tenía más dificultades para volver al mundo real que él. Quería prolongar esa sensación de que el mundo estaba hecho para ellos dos.


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