viernes, 5 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 63

–¿Los médicos no te han dado esperanzas?

–Hay un tratamiento experimental, el mismo que usan para tratar el cáncer. Si el tratamiento no te mata, te cura y te libra de la hepatitis C de forma permanente.

–¿Y tú no eres candidata?

–Yo ni siquiera tengo seguro médico.

–Si lo tuvieras.

–Daría igual. No tengo un sitio donde vivir –respondió Sabrina–. ¿Quién cuidaría de Tomás los días en los que yo no pudiera hacerme cargo de él?

–¿Y si eso no fuera un problema? –insistió Pedro.

Vió algo en sus ojos, un momento de esperanza que Sabrina intentó matar.

–No lo entiendes. Yo no tengo ese valor... no puedo sufrir así.

–Pero es que no se trata de tí, sino de Tomás. Y no puedes rendirte sin luchar. No puedes hacerlo, el cariño que sientes por tu hijo te hará más fuerte de lo que crees, mejor persona de lo que crees. No por tí, sino por él.

Sabrina lo miró con un brillo de esperanza en los ojos.

–Vaya, un experto en el amor. ¿Quién lo hubiera imaginado?

–Desde luego.

Pedro salió del hospital unos minutos después. ¿Quién hubiera imaginado que él era un experto en amor? Entonces recordó la expresión de Paula en su casa... «¿Cómo has podido?». Había sabido desde el principio que tenía que protegerla. Había sabido que necesitaba protección de su cinismo, de su habilidad para matar esperanzas. Sacó el móvil del bolsillo.

–¿Valeria? Necesito que investigues lo que puedas sobre los programas para tratar la hepatitis C. Y necesito que encuentres una casa para una mujer y un niño de nueve años... y ocho ponis.

–¿Eso es todo, señor Alfonso?

–No, necesito que reserves un vuelo a Australia lo antes posible.




Paula estuvo furiosa con él durante tres días. No podía pensar en Pedro sin sentir que estaba a punto de explotar. ¿Cómo se atrevía a hacer algo así sin consultar con ella? ¿Cómo se atrevía a tomar el control de su vida? ¿Y cómo se atrevía a descubrir la verdad? Pero, en cierto modo, esos tres días de furia la ayudaron a soportar el hecho de que Tomás no fuera hijo de Gonzalo. Cuando Sabrina le confesó que había estado buscando un hogar para el niño porque estaba enferma, se dió cuenta de que no necesitaba que Tucker fuese hijo de Gonzalo porque lo quería de todas formas.

Sabrina y él vivían desde entonces en una de las casitas del rancho de Diego McKenzie. Paula los había ayudado a instalarse y entre eso y el trabajo, especialmente la organización de la cena benéfica para Warrior Down, había estado muy ocupada. A pesar de todo, una parte de ella esperaba. Había pensado que Pedro la llamaría... habían estado tan unidos que lo echaba de menos. Tanto que era un como un dolor físico. ¿Cómo podía él no echarla de menos? Cuando vió el número de su oficina en la pantalla del móvil su corazón se volvió loco, pero no era Pedro, sino una mujer llamada Valeria para hablar sobre el día perfecto que patrocinaba la empresa. El señor Alfonso había sugerido un viaje en helicóptero por la montaña, una mesa para dos, un chef francés... Paula había tenido su día perfecto, siete seguidos. Y no tenía nada que ver con un viaje en helicóptero.

–¿Pedro está ahí? ¿Podría hablar con él?

–No, lo siento, el señor Alfonso está en Australia, supervisando un trabajo.

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