lunes, 22 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 34

—Sinceramente, si se pone enfermo, preferiría estar en otro condado.

—Quizá tuvieras que hacerle el boca a boca —dijo ella.

La miró con los ojos entrecerrados. A él le pareció que no lo decía en broma.

—Si has creído por un segundo que voy a tocar esos labios repugnantes con mi boca...

Ella sonreía y él comprendió que le había tomado el pelo. No le gustaba que ella sonriera. En absoluto. Tenía unos dientes blancos y pequeños y veía la lengua rosa entre ellos. Pedro se adelantó. Empujó a Apolo para que subiera al piso superior y en el último momento se acordó de poner una mano sobre los agujeros de los pantalones. ¿Fue una risita lo que oyó a sus espaldas? Cuando se volvió, ella subía los peldaños con mucho cuidado. Se filtraba una luz tenue. Ató a Apolo a una viga que había en el centro del piso.

—Seguramente tire el pajar con nosotros dentro —predijo sombríamente Pedro.

Aunque puestos a pensarlo, quizá prefería que se hundiera el pajar a estar toda la tarde sonriendo e intentando evitar que su trasero pasara a la posteridad. Naturalmente, como Pedro prefería que se hundiera el pajar, Apolo se tumbó apaciblemente en el suelo y apoyó la cabezota sobre las patas delanteras. Desgraciadamente, parecía que iba a sobrevivir.  Pedro se cruzó los brazos sobre el pecho y la miró. Ella había dejado en el suelo el montón de ropa y examinaba el pajar. Sacó el fotómetro y midió la luz. Luego se volvió hacia él.  Paula llevaba unos vaqueros ceñidos y un jersey verde del que le costaría Dios y ayuda quitar las briznas de paja. No era que ella tuviera pensado darse un revolcón sobre la paja. Tampoco era que él tuviera pensado darle un revolcón sobre la paja.

—¿Te importaría dejar de fruncir el ceño y ponerte la chaqueta de cuadros?

—No estoy frunciendo el ceño —dijo él.

La chaqueta en cuestión era de pura lana y solo se la ponía durante los días más fríos del año. Notó el calor en cuanto se la puso. Entonces sí frunció el ceño. Se recordó que era parte del precio que pagaba para que ella abandonara el Bar ZZ. Sonrió.

—Vaya, es perfecto —dijo ella que había encontrado una horca. Él no pudo evitar pensar que era demasiado entusiasmo para ese utensilio—. ¿Puedes recoger algo de heno? ¡Ya sé! Podemos abrir la puerta y hacer como si echaras heno abajo.

Por lo menos entraría algo de brisa por la puerta. Con una sensación ridícula, posó en la puerta del pajar mientras fingía recoger heno con la horca.

—Pedro, estás muy rígido. Relájate. ¿Puedes arrojarlo ahí abajo?

Él la miró.

—Claro.

Naturalmente, todo lo que bajara tendría que volver a subir, pero ¿qué importancia tenía eso si le ayudaba a liberar el rancho de una bruja pelirroja? «Hechicera», le recordó una voz traicionera en su cabeza. Le hacía sentir cosas que no quería sentir en absoluto. Pasión, preocupación y una timidez propia de un adolescente en el primer baile del colegio. La paja le pareció muy tentadora. Empezó a arrojarla por la puerta con sensación de venganza y al cabo de un rato se había olvidado del constante zumbido de la cámara y de protegerse la parte trasera. Después de unos minutos de arrojar paja para ella, empezó a pensar en la posibilidad de saltar él por la puerta. Había suficiente heno abajo como para que seguramente solo se rompiera una pierna. Ese sería el final de su carrera como modelo.

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