miércoles, 10 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 9

Ese amor había estado presente durante toda la semana, a pesar de que él intentara disimularlo. Lo demostró en la tolerancia que tuvo con las dos, incluso cuando ocurrieron los desgraciados accidentes. Accidentes producto de las ganas que ella tenía por hacer bien las cosas, de lo nerviosa que se ponía cuando él estaba delante, del temor a decir lo que no debía. Ella quería que la considerara una mujer adulta. Naturalmente, acabó considerándola una cría. Naturalmente, ella pasó la semana haciéndolo todo mal, con torpeza y cohibida por el sentimiento que acababa de descubrir en su interior. Se habría muerto si él la hubiera considerado guapa en aquél momento. Ella se había enamorado en cuestión de minutos, de segundos, tal vez. En ese momento, sabía que todo ello era ridículo. Después de haber tenido cuatro años para pensar en ello, para viajar por el mundo, para pasar por muchas situaciones, para haberse casado fallidamente, después de todo eso, sabía lo ridícula que había sido cuando era joven e ingenua.

Cuando supo los resultados de la votación, supo lo ridícula que había sido a los veintidós años. Ridícula, sí, pero no era la única. Las mujeres lo adoraban, era así de sencillo. Ella había recibido el privilegio más extraordinario: una segunda oportunidad para demostrar que podía ser competente, que no era torpe y propicia a los accidentes. Tenía también una segunda oportunidad para que él la viera atractiva, sin gafas de cristales gruesos gracias al milagro de la cirugía láser y con los dientes tan rectos y blancos como el dinero y el tiempo podían conseguir. Sabía cómo vestirse para sacar provecho de su estatura y su delgadez. Quizá a él no le gustara la falda, pero ella se había dado cuenta de que le había echado una buena ojeada a la longitud de las piernas. Las pecas iban desapareciendo con los años e iban dando paso a una tez delicada y encantadora. Había aprendido a emplear el maquillaje para resaltar los ojos y los pómulos. Además, algunos días, como ese, casi conseguía dominar la alborotada mata de pelo que tenía. Pero sobre todo, había recibido una segunda oportunidad para demostrarse que no estaba enamorada de él. Ni remotamente. Era una joven inexperta la primera vez que conoció a Pedro Alfonso. En su vida siempre había faltado la influencia masculina, ya que su madre la había criado sola. Tenía una hermana. A pesar de su estatura, o, quizá, por ello, había pasado desapercibida para los chicos en el colegio y en la universidad. No era de extrañar que Pedro la dejara tan impresionada. Incluso la indiferencia hacia ella parecía cargada de una magia masculina que le resultaba desconocida y apasionante. Pero ya no era una joven ingenua y tenía un plan secreto: recuperar el corazón que había entregado cuando lo era. Recuperar el poder que era suyo.

—Luciana me ha pedido que trajera a Apolo. El casero lo tiene enfilado y va a expulsarla.

—¿Apolo?

Pedro miraba por encima del hombro de Paula y ella miró en dirección al pequeño coche donde el animal los miraba con ojos suplicantes y el hocico pegado al cristal.

—¿El San Bernardo? —preguntó él con incredulidad—. ¿Mi hermana me ha mandado el San Bernardo que sabe abrir neveras? No puedo creérmelo.

—No mate al mensajero.

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