lunes, 22 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 35

Por no decir nada de llevar el rancho durante los meses siguientes.

—¿Podrías sonreír? —le rogó ella.

Él se detuvo y la miró fijamente. Estaba pensando en romperse una pierna y ella quería que sonriera.

—¿Sonreír? —repitió él con todo el autocontrol del que fue capaz—. ¿Sonreír? Me siento como en una sauna que cada vez está más caliente. Estoy arrojando una paja perfectamente válida al suelo y tendré que bajar a recogerla.

Ningún hombre en su sano juicio sonreiría. Saca esa maldita foto.

—¿No puedes pensar en nada que te haría feliz?

—En estrangularte.

—Bueno, podías pensar en otra cosa.

—¿Por ejemplo?

Besarla otra vez podría hacerle feliz o quizá no. La última vez no lo hizo. Un placer a corto plazo y una confusión mental a largo plazo.

—¿Qué me dices de esas balas de paja de allí? ¿Puedes levantarlas? Cambiaremos la chaqueta.

Le lanzó una chaqueta vaquera forrada de lana. Él se quitó la que llevaba puesta y se puso la otra. Mientras ella cambiaba de película, él se quitó el sombrero y lo miró. Jamás había tocado el polvo o la paja y en ese momento estaba cubierto de las dos cosas.

—De acuerdo —dijo ella mientras lo apuntaba con la cámara—. Si no pesa demasiado, levanta una y camina hacia mí.

Él gruñó, levantó una bala con cada mano y se acercó hacia ella.

—Si no puedes parecer feliz —dijo ella mientras retrocedía—, podías parecer menos amenazador por lo menos.

—No sabía que pareciera amenazador —dijo él a la vez que sentía una profunda sensación de timidez.

Lo detestaba. Pudo notar que el gesto se hacía más amenazador. Ella suspiró y dejó que la cámara quedara colgando del cuello.

—Lo intentaremos de otra forma —se acercó a él y le bajó el sombrero hasta que le tapó la frente—. Muy bien, camina hacia mí. Limítate a bajar la cabeza y a pensar en algo agradable.

—¿Cómo en el final de esto?

—O en un chuletón con patatas fritas.

«O en los labios de ella bajo los de él, delicados y dóciles».

—Así, así —ella tomó aire y disparó.

La buena disposición se desvaneció.

—Mira a ese perro estúpido —dijo él para que dejara de mirarlo un minuto y él pudiera recuperar sus pensamientos.

Ella miró a Apolo y sonrió antes de estallar en una carcajada. Unos gatitos lo habían encontrado y se le habían subido a la espalda. El perro parecía contento e imperturbable. Tenía uno entre las gigantescas patas y el animalito lo estaba lamiendo. Ella dejó de enfocar a Pedro y dirigió su cámara al perro. La verdad era que le resultaba insultante que ese animal se sintiera más cómodo delante del objetivo que él. Después de sacar unas cuantas fotos, ella dejó la cámara y se tumbó en la paja con Apolo y los gatitos. Estaba claro que era una mujer de ciudad. No sabía lo que iba a costarle quitarse esas pajas del jersey. Pedro dudó, pero fue y recogió la cámara. La miró atentamente y decidió que no podía ser muy distinta de la suya de bolsillo. Tomó algunas fotos de ella. Estaba maravillosa. El pelo cubierto de paja, un gatito en el pecho y el perro que la miraba con rendida admiración.

1 comentario: