miércoles, 17 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 25

—Ni lo menciones —dijo ella secamente.

En realidad, no quería oír ni una palabra, pero ¿podía tener algún significado que él lo mencionara nada más verse por la mañana mientras hacía el café y ni siquiera se había puesto todavía los calcetines?

—Has cambiado —dijo él—. No creo que haya visto a nadie que haya cambiado tanto. El pelo, las gafas, hasta los dientes.

—De patito feo a cisne —dijo ella con una ligereza forzada y dolida porque él recordara tan claramente todos sus defectos.

—Evidentemente, yo no sabía quién eras.

—Es más correcto besar a una desconocida que a alguien a quien conoces —concedió ella con una voz lo suficientemente delicada como para disimular su irritación.

Él se volvió y la miró con una ira evidente.

—No beso a las amigas de mi hermana.

—Una norma que tenía mucho sentido cuando tu hermana es una niña — dijo ella antes de darse cuenta de que podía haber sonado a proposición—. No estoy diciendo que quisiera que ocurriera. Ni que lo provocara. Ni que quiera que vuelva a ocurrir. Esas eran el tipo de cosas que le costaron tan caras a Pinocho.

—Bien —dijo él con satisfacción—. Solo quería estar seguro de que coincidimos.

—Oh, completamente —dijo ella intentando parecer una mujer mundana—. Coincidimos plenamente.

—¿Por qué me mentiste sobre tu nombre? ¿Por qué no me dijiste quién eras?

—No te mentí sobre mi nombre. Me casé.

—¿Estás casada? —el tono era atragantado, indignado.

—Ya no —contestó ella.

—Ah. Lo siento —no parecía arrepentido, sino aliviado más bien.

—Tuve el matrimonio más corto de la historia.

Ella se sintió ridícula de querer contárselo, de querer compartirlo con él, como si él, de entre todo el mundo, fuera a entenderlo. Él la miró detenidamente y con firmeza. Ella notaba en el brillo de sus ojos que la entendería. Ella notaba que quería que se lo contara. Notaba también que él se debatía consigo mismo. Se encontraban en un dilema: o se acercaban o se alejaban. Él tomó aire entre los dientes perfectos y ella contuvo el aliento.

—Mira, Paula, creo que lo mejor sería terminar con todo esto lo antes posible.

Durante un segundo eterno ella entendió mal. Ella pensó que había elegido la primera posibilidad: analizar la tensión que había entre ellos para apartarla lo antes posible y ponerse manos a la obra. Sin embargo, comprendió que no era eso lo que él quería decir. El, como ella, había percibido el peligro en el ambiente, la atracción sexual que había entre ellos. Había elegido alejarse de ello y centrarse en el trabajo. La quería fuera de ese ambiente y de su casa. Él tenía el pelo encrespado, como la cola de un gallo de pelea. Ella sintió la necesidad de alisárselo para ponerlo en su sitio:

—De acuerdo —dijo Paula con un tono agudo—. Terminemos con ello.

—Entonces, dime lo que tengo que hacer para que puedas hacer las fotos del calendario y yo lo haré. Colaboración plena.

Haría lo que fuera para deshacerse de ella. Era un incordio para él. No había cambiado nada desde el verano que estuvo allí por primera vez, desde que lo vió por primera vez, desde que se enamoró por primera vez. Salvo... que tenía un brillo distinto en los ojos. ¿Existía la más mínima posibilidad de que tuviera algún poder sobre él? ¿De que él la encontrara atractiva? Tenía la tentación de jugar con ese poder y, quizá, una mujer más segura de sí misma lo habría hecho. Pero Paula, segura de sí misma en casi todos los aspectos de la vida, sabía que se le daban fatal los asuntos entre hombres y mujeres. Acabaría siendo la victima del juego, en vez de serlo él. No podía jugar con la electricidad que había en el ambiente sin electrocutarse. Si no tenía mucho cuidado, podía salir de allí en un estado mucho peor de lo que lo hizo la otra vez.

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