lunes, 15 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 19

Nunca se había dado cuenta de que los establos fueran tan estrechos, pero entonces lo comprobó. No había espacio para maniobrar sin estar en contacto con ella, sin oler el suave aroma que emanaba, sin sentir la calidez en el hombro cuando rozaba el brazo de ella. Apretó la mandíbula y le mostró el nudo de la cincha. Lo deshizo y la observó mientras ella volvía a hacerlo. El aroma de ella parecía más intenso al mezclarse con los olores de la cuadra y el olor de Negrita. Le hizo un cosquilleo en la nariz, un cosquilleo delicado y femenino. Intentó reconocer aquel aroma y decidió que era como el de la madreselva que crecía en el borde del porche, pero más sutil y mucho más sensual.

—No está lo suficientemente fuerte. Hágalo otra vez.

El tono fue cortante y firme; como el de un sargento que se dirigía hacia un novato. Lo fue porque intentaba defenderse de su aroma. No hizo caso de la mirada de impotencia de ella y le obligó a hacer el nudo media docena de veces. Lo hacía por su bien. Tenía que estar completamente seguro de que la silla no se daría la vuelta si ella no mantenía bien el equilibrio. Además, ¿qué más daba si él no tenía la paciencia como para ser diplomático? Él era un vaquero, no era un profesor de primaria. Su profesión no exigía diplomacia. Intentaba convencerse de que era por la seguridad de Paula, pero cuando vió que los ojos de ella brillaban de ira, comprendió la verdad. Era por su propia seguridad. Quería mantenerla a distancia. Un hombre podía soportar difícilmente ese aroma a madreselva antes de tirar por tierra su intención de mantener el control. Le enseñó a poner la brida, sacó fuera al caballo y la obligó a hacerlo ella. Negrita, como cualquier caballo, olía de lejos a los novatos y decidió complicar un poco las cosas a la señorita Snow. Tyler decidió no ayudarla y la observó con los brazos cruzados sobre el pecho. En honor de la verdad, había que reconocer que la señorita Snow no se amilanó ni le pidió ayuda. Ataron los caballos a un poste y él le enseñó a comprobar las pezuñas.

Cuando terminaron de hacerlo, ella tenía unas pequeñas manchas de sudor debajo de los brazos, lo cual hacía que oliera mejor. También tenía manchada una mejilla y el pelo bastante alborotado. No era la mujer refinada que se había bajado del coche. Con unas piernas tan largas no debería haber tenido problemas para montarse en Negrita, que era más bien baja, pero los vaqueros eran demasiado nuevos y no se doblaban bien en la rodilla. O quizá fuera que la rodilla no se doblaba bien por la herida. Fuera cual fuese el motivo, él no iba a ayudarla en eso. Si le ponía una mano en las posaderas, todo su mundo se haría añicos. Observó cómo se montaba a duras penas, cómo tomaba las riendas con ambas manos, al estilo inglés, y cómo se dió cuenta de que el caballo seguía firmemente atado al poste. Por primera vez, ella lo miró suplicante y él pudo notar cuánto le costó hacerlo. Tanto como le costó a él no darse por enterado. Su madre siempre le había dicho que había que empezar las cosas tal y como quisiera que fuesen a continuación y él no pensaba ser su sirviente durante una semana. Él se montaba y desmontaba del caballo muchas veces durante el día. Tenía que estar convencido de que ella podía hacerlo por sus propios medios. Si no podía hacerlo, sería una buena excusa para mandarla de vuelta.

Ella desmontó, desató el caballo y volvió a subirse a la silla. Nada más hacerlo dió un grito al comprobar que se había dejado la bolsa con la cámara en el suelo, pero a la tercera vez de repetir la operación, ya lo hacía con más facilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario