miércoles, 3 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 59

Por las tardes, después de hacer interminables excursiones, la diversión favorita de Tomás eran los videojuegos en el ático de Pedro. Incluso ella debía admitir que eran más divertidos que el parchís. Le gustaba particularmente uno en el que parecías estar jugando a los bolos de verdad, o al golf o al béisbol. Las risas que compartían por su ineptitud en cada uno de esos deportes viviría con ella para siempre. Pero iban al hospital todos los días, incluso a veces dos veces al día. Después del primer helado, siempre le llevaban algo a Sabrina, haciéndola parte del grupo. Le regalaron a Tomás una cámara de fotos digital con la que hizo un millón de fotografías que compartía con ella cada día...

Una vez, llevaron el videojuego y se rieron tanto que una enfermera los echó de allí con cajas destempladas. Pero, a pesar de que Sabrina se mostraba más amable, Paula se daba cuenta de que ocurría algo. ¿Qué era? De algún modo, se habían convertido en una familia. No una familia tradicional, evidentemente, pero una familia en cualquier caso. ¿Cómo no iban a sentirse una familia si compartían la misma casa, organizaban actividades juntos sin separarse ni un momento, discutían sobre qué película ver en televisión o se peleaban para ver quién limpiaba la cocina? Pedro incluso los había sorprendido haciendo la cena en una ocasión. Y cada día decidían qué sorpresa podrían llevarle a Sabrina al día siguiente. Se les daba muy bien encontrar cosas que la hicieran sonreír. Hasta Pedro parecía haber olvidado sus sospechas. Fue idea suya llevar un poni a la puerta del hospital, que Sabrina podía ver desde la ventana de su habitación. Diego lo había llevado en el tráiler y Tomás sonreía de oreja a oreja. El poni llevaba una pancarta que decía: Ponte buena, mamá. Pero, por maravillosos que fueran esos días, y por mucho que Paula disfrutase de las risas y de la camaradería, había un momento cada día que esperaba como ningún otro. Era cuando Tomás se iba a la cama, agotado. Llamaba a su madre y luego se quedaba profundamente dormido. Y entonces Pedro y ella se quedaban solos. Siempre había un momento en el que los dos se quedaban callados, mirándose el uno al otro como si fueran dos personas sedientas bebiendo un vaso de agua fresca. Ese momento pasaba, pero la tensión permanecía. Estaba allí mientras decidían qué CD iban a escuchar o qué película iban a ver. O cuando miraban el lago desde la pared de cristal. Estaba allí mientras hablaban. Los dos recordaban a Gonzalo muchas veces, no con dolor, sino con cariño, y esos recuerdos les daban consuelo y los unían aún más.

Sin que ninguno de los dos hubiese dicho una palabra, Paula y Pedro se habían convertido en una pareja. Todo había empezado cuando él ponía una mano sobre su hombro o en su cintura en alguna excursión. Animada por esa familiaridad, ella había empezado a tomar su mano...  Por las noches, compartían el sofá, cada vez más cerca, sus piernas rozándose, tocándose hasta que por fin una noche se besaron. No había sido un beso intencionado. El sol estaba poniéndose, bañando el apartamento con una luz dorada, y entonces Pedro se había vuelto para mirarla... Y había dejado escapar un gemido ronco, casi primitivo, de deseo. Tan genuino que sus ojos se habían llenado de lágrimas. Había inclinado la cabeza para buscar sus labios y luego su cuello, sus párpados, para volver a sus labios de nuevo, ansiando besarla. Y Paula había saboreado en ese beso todo lo que era, su fuerza, su seguridad masculina, su confianza. Pero también se había quedado asombrada por su dulzura. En ese beso Pedro le había revelado por fin, sin guardarse nada, quién era en realidad. Era un beso cuyas intenciones estaban bien claras. No era un beso que dijera: «Qué bien lo hemos pasado hoy. Gracias por un día estupendo». No era un simple roce de sus labios. No, era un beso que decía: «Te veo». Era un beso que decía: «Te conozco». Era un beso que decía: «Mi corazón y el tuyo han empezado a latir al mismo tiempo». Era un beso que decía: «Hoy ha sido un día maravilloso y mañana lo será aún más. Estoy deseando que amanezca». En otras palabras, era un beso que abrazaba el futuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario