lunes, 8 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Prólogo

-Tu hermano es un sueño para cualquier fotógrafa y una pesadilla para cualquier mujer de sangre ardiente.

—Paula —dijo Luciana desde el otro lado de la cama—. Pedro no te considera una mujer de sangre ardiente. Duérmete, va a despertarnos a las cinco de la mañana porque tú dijiste que querías ver cómo reunían el ganado. Tu entusiasmo por el rancho empieza a hacer que me arrepienta de haberte invitado. Yo pensaba que íbamos a dormir, ver vídeos y comer pizzas.

—Puedes hacer eso en Calgary —dijo Paula como si no tuviera la mente bloqueada por lo que había dicho Luciana de que su hermano no la consideraba una mujer de sangre ardiente.

La verdad era que no tenía motivos para hacerlo. Pedro, el hermano mayor de Luciana Alfonso, era el hombre más impresionante que Paula Chaves había visto en su vida. Era alto, con hombros anchos, esbelto y musculoso por muchos años de trabajo en el rancho. El rostro, más que atractivo, era un auténtico pecado. Cuando la miraba con esos ojos de color chocolate derretido, ella sentía que el aire se llenaba de pura energía masculina. Se ordenó no preguntarlo, pero acto seguido oyó una vocecilla que era inconfundiblemente la suya.

—¿Por qué no me considera una mujer de sangre ardiente?

Como si no lo supiera. Era consciente de que era demasiado de todo. Demasiado alta, demasiado delgada y demasiado pecosa. Eso además de tener los dientes torcidos y unas gafas de cristales demasiado gruesos. Era demasiado fea.

—Paula, no te considera una mujer de sangre ardiente porque eres mi amiga. Cree que las dos somos unas niñas.

—¡Pero soy mayor que tú! —se quejó Paula—. ¡Con veintidós años no eres una niña!

—¡Díselo a él! —dijo Luciana con un gruñido—, y déjame dormir.

—Algún día seré una fotógrafa famosa y tendré dinero para arreglarme los dientes y operarme la vista.

—Paula, no seas ridícula. Eres resplandeciente. Cualquiera que te conozca sabe lo hermosa que eres.

«Excepto tu hermano».

Paula y Luciana eran compañeras de habitación en la escuela de arte de Alberta. Paula estudiaba fotografía y Luciana publicidad. Ésta había invitado a Paula a pasar las vacaciones de primavera en el rancho de su hermano, el Bar ZZ, al sur de Calgary. A Paula le había parecido muy divertido. Habría sido muy divertido de no ser por él. Un hombre como aquel hacía que la respiración fuera un ejercicio complicado. No le salían las palabras. Se sonrojaba tanto al verlo que él creía que ese era su color natural. ¡Les había dicho que tuvieran cuidado con el sol! Se cohibía tanto en su presencia que lo hacía todo mal y se tropezaba con sus propios pies. Cuando se cayó y asustó al ganado, él dijo también que debería mantenerse alejada de los animales.

—Me llama Doña Desastres —se lamentó con un grito.

—¡Lo dice de broma, Paula! Duérmete, por favor.

Se propuso dormir. Se prometió que al día siguiente todo sería distinto. Lo fue.

Al día siguiente, Paula se cayó del caballo y se rompió el brazo. La visita a Bar ZZ terminó para ella en el pequeño hospital de High River. Por lo menos supo lo que era estar en sus brazos. Él la había llevado con seguridad y había mitigado el dolor. Luego se despidieron. Cuando reveló las fotografías que había tomado, comprendió que nunca se despediría de él. Pedro aparecía radiante en ellas, como si estuviera iluminado por dentro. Había conseguido con una película lo que no había podido conseguir en la vida real. Lo había retenido para sí. Le ofrecieron un trabajo en el extranjero gracias a esas fotos. Lo aceptó gracias a su corazón maltrecho.

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