viernes, 12 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 15

—No juegue con fuego, señorita Morales.

¿Qué podía haber más bochornoso que sentirse abochornada por algo tan inofensivo cuando era una mujer adulta? Algo había cambiado en los ojos de él. Mostraban cierto desconcierto. Estaba casi segura de que él la había reconocido y si no, algo le daba vueltas en la cabeza.

—Deberían haber mandado a un hombre —dijo él. Ella se sintió ofendida.

—Resulta que hago bien mi trabajo. Para que lo sepa, he sido corresponsal de guerra. He vivido en barracones con hombres y en condiciones muy difíciles.

—¿De verdad? —tenía los ojos entrecerrados como si no creyera ni una palabra.

—De verdad —dijo ella con frialdad—. Además, las mujeres hacemos mejores fotos de los hombres, por motivos evidentes.

—No sé qué tienen de evidentes. ¿Podría explicármelos?

—Se trata del pavoneo típico de los hombres. De las ganas de demostrar lo grandes y fuertes que son.

Él la miró fijamente y se le tensó un músculo de la mandíbula.

—¿Hay alguna posibilidad de que se vaya de aquí antes de una semana?

—Su colaboración ayudaría mucho.

—¿Sabe montar a caballo?

Era la pregunta que más temía. Ella se había caído del caballo la última vez que estuvo allí. Era la primera vez que montaba a caballo y no había sido culpa del animal. Pedro iba el primero y lo seguía Luciana. Ella iba la última y estaba completamente absorta enfocándole con su cámara para captar ese momento. Se cayó y se rompió el brazo. La humillación hizo que aprendiera a montar cuando la destinaron a Inglaterra el año siguiente. En realidad, nunca le había gustado. Podía ir al paso, al trote y al galope, pero el profesor le dijo lo que ya sabía. Ella se lo repitió a Pedro.

—Me defiendo con lo más elemental, pero no tengo buenas posaderas.

Ella notó que él desviaba la vista a la zona en cuestión y vio la réplica en sus ojos. Sabía que se lo había puesto muy fácil. Sin embargo, al parecer, ya no le divertía sonrojarla porque no dijo nada. El seguía mirándola desconcertado cuando un estruendo retumbó en toda la casa seguido de aullidos y bisagras que se rompían. Pedro salió corriendo hacia la ventana de la cocina y ella lo siguió. Apolo atravesaba el patio a toda velocidad con la puerta de la cocina atada a la correa. Pedro soltó una ristra de insultos que habrían ruborizado a un marinero y se precipitó hacia la puerta. Ella agarró la cámara, pero tuvo que pararse para ponerse los zapatos. Luego se unió a la persecución. Eso le gustaba más. Era como estar en una zona de guerra.

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