miércoles, 24 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 39

Paula estaba furiosa por el giro que habían dado los acontecimientos. Le había preguntado que cuál sería la próxima fotografía. ¿Iba a besarla de esa manera para luego marcharse como si nada? Se parecía demasiado a la última vez y a todas las veces. Cruzó el pajar tras Pedro. Éste abrió los ojos como platos al verla acercarse. Se plantó con las piernas separadas, los brazos cruzados sobre el pecho y las cejas bien juntas. Parecía grande como una montaña y dos veces más intimidante.

—No lo hagas —le advirtió él.

Pero para ella se habían terminado las advertencias y las órdenes. Estaba cansada de que Zorro le dijera que era frígida y Pedro que era fuego. Eran dos caras de la misma moneda. ¿Quiénes eran ellos para decidir lo que era ella? ¡Cómo se atrevían a dar por sentado que podían hacer tal cosa! Paula comprendió repentinamente y con certeza que ella tenía que descubrir por sí misma quién era, saber por sí misma qué era. Tomó aliento, reunió todo su valor y recorrió la distancia que los separaba. Cuando ella se detuvo a la sombra de los enormes hombros de Pedro, él se dió cuenta de que ella no iba a limitarse a obedecerlo.

—No soy un perrito faldero —le dijo—. Ni se te ocurra decirme que no haga algo.

Él le aguantó la mirada y luego miró a Apolo.

—Tampoco tengo mucha suerte con él. No es que insinúe que los considero de la misma categoría. En absoluto.

A ella le agradó comprobar que la desmesurada confianza que tenía en sí mismo empezaba a resquebrajarse. Más aún, él ya no tenía los brazos cruzados. Retrocedió un paso. Parecía como si fuera a darse la vuelta y salir corriendo. Ella se lanzó sobre él con la intención de agarrarlo por la cintura y atraerlo contra sí para que se dejara llevar por la atracción que había entre ellos. Pero calculó mal la distancia y lo golpeó con más fuerza de la que había previsto. Pedro ya estaba medio girado y la fuerza le sorprendió con la guardia baja. Dobló la rodilla y empezó a caerse. El ímpetu de ella la arrastró con él. Él la rodeó con los brazos para protegerla de la caída, aunque ella sabía que no merecía esa protección. La paja amortiguó la caída, pero levantaron una nube de polvo y heno.  Ella estornudó tres veces seguidas y se hundió en el pecho de él profundamente humillada.

—Solo podía pasarme a mí —dijo ella—. Solo yo podía decidir besar a un hombre y acabar tirándolo al suelo y estornudar encima de él.

Su bochorno se mitigó al sentirse tan extraordinariamente bien junto a él. El cuerpo esbelto bajo el de ella era duro como una roca. Podía sentir la respiración firme y profunda y el calor que le producía aquel contacto. Por fin, cuando él no hizo nada por salir de debajo de ella, se atrevió a mirarlo. Tenía el aire de un hombre atónito, nada parecido a lo que ella había esperado.

—Pedro —dijo sin saber por qué, solo por sentir cómo lo pronunciaba su lengua y rozaba sus labios. Solo por decirlo de una forma distinta: delicada, firme y muy provocativa.

Él había perdido el sombrero, y Paula le pasó los dedos por el pelo. Él le agarró la muñeca.

—No lo hagas —le advirtió con cierto tono burlón—Paula —añadió suavemente.

Ella acercó los labios a los suyos. Él le puso las manos en los hombros con fuerza y Paula pensó que iba a apartarla.

—He liberado a un monstruo —dijo él en voz baja y con los labios casi rozando los de ella—. Creo que prefería cuando creías que eras frígida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario