lunes, 15 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 20

Él sabía montarse dando un salto por detrás, como lo hacían en las películas. Le espantó haberlo pensado siquiera. Era el típico pavoneo masculino. Puso un pie en el estribo y subió lentamente, todo lo lentamente que pudo.

—¿Puedo usar el flash?

—Estamos en el exterior.

—Es un flash de relleno —dijo ella como si él fuera a entender lo que decía.

Pedro asintió con la cabeza con aire de haberlo entendido y se preguntó si eso no sería una variante del pavoneo masculino. Soltó las riendas con la esperanza de que Pegaso lo tirara al suelo de bruces. Eso sería el fin de la presencia de la señorita Morales y del molesto descubrimiento del pavoneo masculino. Pegaso no se movió para que sacara la foto.

—No me pida que sonría —dijo Pedro.

—No se preocupe. Las fotos deben parecer naturales.

Él frunció el ceño sin estar muy seguro de por qué le molestaba que ella aceptara la imagen que él transmitía. Ella hizo la foto del gesto malhumorado y él se puso en marcha mientras ella hacía lo posible por guardar todo el material. Después de unos segundos, pudo oír a Negrita detrás de él. No se volvió para mirar.

—¿No se usan todoterrenos y motocicletas en los ranchos? —preguntó ella cuando se pararon en la primera cerca:

Él la miró y vio que ella se frotaba el interior de la rodilla.

—Algunos lo hacen.

Pedro cruzó la cerca e hizo un gesto para que ella hiciera lo mismo y él pudiera cerrarla. La cerca era de madera y había que engancharla a un lazo de alambre. Tuvo que tirar de ella con fuerza y, oyó el sonido del disparador mientras hacía el esfuerzo. El no podía comprender que veía de interesante en esa actividad concreta. La miró desde debajo del sombrero. Ella tenía la cámara delante del ojo y apuntaba al brazo de él. Él se miró los músculos en tensión. Se había imaginado que aborrecería esa experiencia, pero nunca supuso que lo haría tanto. Cerró la puerta de golpe antes de caer en la tentación de demostrarle todo lo grande y fuerte que era y se montó en el caballo sin alterar el gesto.

—Pero usted no usa vehículos —dijo ella.

—No.

—¿Por qué?

—Lo verá dentro de poco ¿Está tomando fotografías o escribiendo un libro?

La miró y comprendió que ella solo intentaba ser amable y hablar de algo. Él no quería hablar con ella. Llevaban veinte minutos cabalgando cuando vieron un rebaño de vacas y terneros al otro lado de una ondulación del terreno.

—¿Lo ve? —dijo él—. Por esto no me gustan los vehículos.

Él señaló y se fijó en la cara de ella cuando vió que había un ternero sobre la hierba justo delante de ellos. Pareció iluminarse.

—Oh —Paula tomó aire—, es precioso.

Él no podía negarlo, aunque volvió a tener esa sensación al ver cómo se le iluminaba el rostro. La extraña sensación de conocerla cuando sabía que no la conocía. Avanzaron entre el rebaño y él comprobó detenidamente las vacas que habían parido desde que él había estado por la mañana. Afortunadamente, no había habido ningún problema. Pero cuando la miró a ella supo que los problemas eran de distintos tipos y tamaños y que un problema había entrado por la puerta de su casa. Pensó en la posibilidad de volver a galope tendido. Lo bueno sería que la mantendría callada y lo malo que podría considerarse como una forma de pavoneo masculino. Se puso en marcha hacia la casa, lentamente y escuchando el disparador de la cámara por detrás. Se dió la vuelta para mirarla con la idea de que nadie podía encontrar interesante la fotografía de una espalda. ¿Qué tipo de fotógrafa era esa?

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