miércoles, 17 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 23

Ella se rió nerviosamente y él se preguntó cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes. La risa era inconfundible.

—Muy crecida —dijo ella como si eso hiciera que lo sucedido no tuviera importancia.

Como si por algún motivo significara que podían continuar. Ya. Era la amiga de su hermana. Podía tener ochenta años y estar en una mecedora que eso sería lo que él vería siempre. Una niña. Fuera de sus límites. La semana, aunque ya hubiera tachado tres días del calendario, se le presentó repentinamente como algo interminable, una eternidad. Sin embargo, la misión se había hecho más sencilla: pasaría los cuatro días que quedaban sin volver a mirarla a los labios porque no eran los labios de una niña. En realidad, el cuerpo tampoco era el de una niña. Le irritó que ella no le hubiera dicho quién era para que él hubiera podido prepararse mentalmente. Ya ni siquiera podría ser un poco malvado con ella. Dijo un improperio entre dientes y se dio la vuelta para ir por el perro.


-Shhh... No ladres. Te traeré una galleta.

Paula oyó a Pedro que llevaba furtivamente al perro por delante de su dormitorio. Miró el reloj de la mesilla y gruñó. Eran las cinco y media. Pedro intentaba salir de la casa sin despertarla. Después de lo que había ocurrido la noche anterior, seguramente querría ensillar un caballo y salir corriendo a México como el protagonista de una vieja película de vaqueros. ¡No iba a consentirlo! Se levantó de la cama. De repente, desaparecieron todos los esfuerzos que él estaba haciendo por no hacer ruido. Oyó un bramido en el piso de abajo, y después una ristra de cinco palabras que no había oído jamás, ni siquiera en las zonas de guerra, y en un tono que helaba la sangre. Se puso los vaqueros. Le habría gustado elegir la ropa con más cuidado esa mañana, pero si no se equivocaba, el primer ruido era de cristales rotos. Sacó un jersey de la maleta y al mirarse fugazmente en el espejo se sorprendió al ver su aspecto. No había ojeras y el pelo no estaba demasiado desordenado. No parecía ni la mitad de cansada de lo que se sentía. En realidad tenía como una especie de resplandor y un brillo en los ojos que le hacía parecer descansada y preparada. ¿Para qué estaba preparada?, se preguntó a sí misma. «Para recibir más besos», le contestó una vocecilla en su interior. ¡Ni hablar! ¡Ni pensar en ello! Decidió que no diría ni una palabra de lo ocurrido a Pedro Alfonso y que no volvería a pensar en ello. Estaba zanjado. Si quería conservar la salud mental, no volvería a ocurrir. Apenas había sido un beso. Como mucho un mero roce de los labios. Aunque aquello iba a servirle para demostrarse que él no tenía ningún efecto sobre ella. «¡Ja!», volvió a contestarle la dichosa vocecilla. Se dió cuenta de que estaba pensando en ello aunque había decidido no hacerlo y se dijo con firmeza que no podía ser una tonta romántica. Volvió a mirarse en el espejo y se pasó una mano por el pelo. Luego se lo cepilló. Se dijo que preocuparse por el aspecto de una no era lo mismo que ser una tonta romántica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario