viernes, 5 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 62

Paula empezó a llorar entonces y Pedro intentó abrazarla. Quería protegerla del mundo, del dolor, de todo... pero ella se apartó.

–¿Cómo puedes hacerme esto? Tarde o temprano hubiera hecho una prueba de ADN... ¿Cómo has podido tomar una muestra sin decirme nada? Eso es una traición.

–Intenté advertirte que yo podía matar tus esperanzas, Paula. Te lo advertí, ¿Recuerdas?

Ella lo miró durante un segundo y después corrió a su habitación sin decir nada.

Pedro miró la puerta cerrada un momento y luego, con el corazón encogido, se fue a la cama. La pesadilla volvió, peor que nunca, y cuando empezaba a amanecer tuvo que admitir que no iba a dormir más.  Se levantó, un hombre con una desagradable misión, un hombre que tenía un trabajo que hacer. Fue al hospital. Sabrina estaba sentada al borde de la cama, ya vestida, dispuesta a marcharse. Tardarían horas en darle el alta, pero ya estaba lista. Se quedó en la puerta un momento, mirándola. Esperaba sentir furia por el engaño, por el daño que le había hecho a Paula deliberadamente. Pero lo que vió en su rostro a la primera luz de la mañana no eran astucia o picardía, sino miedo y cansancio. Sabrina levantó la mirada y, al ver su expresión, suspiró.

–Lo sabes.

Pedro entró en la habitación y se sentó a su lado.

–Tomé una muestra de ADN y contraté a un detective.

–Ah.

–¿Por qué has hecho esto, Sabrina? ¿Por qué le has hecho daño a una mujer tan buena?

–En caso de que no te hayas dado cuenta, Sherlock, estoy enferma –respondió ella. Intentaba parecer desafiante, pero solo resultaba patética–. Lo sabía antes de venir aquí. Tengo hepatitis C... voy a morir.

Pedro la miró a los ojos, intentando descubrir si de nuevo estaba engañándolo, pero no era así.

–Lo siento.

Y era cierto. Lo sentía por ella y por Tomás, pero tenía que saber.

–Pero ¿Por qué le has mentido a Paula?

Sabrina empezó a llorar.

–En toda mi vida, solo un solo hombre ha sido decente conmigo. Uno solo. ¿Qué dice eso de una vida?

–Gonzalo –dijo él.

Ella asintió con la cabeza.

–Esos días que estuvimos juntos eran una fiesta continua. Gonzalo podría haber intentado lo que quisiera, pero no lo hizo. Nunca me trató como si fuera una fulana, siempre fue amable y respetuoso conmigo, aunque no lo mereciera.

A Pedro se le encogió el corazón al pensar en su amigo. Siempre había sido así, incluso en Afganistán. Siempre con los bolsillos llenos de caramelos para los niños. Gonzalo trataba a todo el mundo con cariño y respeto. A todo el mundo. De repente, las palabras que faltaban, la parte que faltaba de la pesadilla empezó a emerger en su mente... pero no tuvo tiempo de concentrarse.

–Ví su fotografía en el periódico cuando murió –estaba diciendo Sabrina–. No lo había visto en ocho años y soy una chica dura, pero cuando ví la fotografía de Gonzalo lloré como una niña. Imagino que empecé a imaginarlo entonces... ¿Qué va a ser de Tomás cuando yo muera? Lo llevarán a un orfanato. Yo no quería eso para mi hijo y pensé y si ese hombre tan decente tenía una familia...

–¿Quién es el padre de Tomás? –le preguntó Pedro.

–No era una buena persona. Solo estuve con él un par de noches... ni siquiera supo que estaba embarazada y le habría dado igual.

–Entonces, ¿Estabas buscando un hogar para Tomás?

Sabrina asintió con la cabeza.

–Él no sabe que estoy enferma. Bueno, imagino que lo supone porque llevo mucho tiempo sintiéndome mal, pero no sabe que voy a morir. Pero debe sospechar algo porque es como si no quisiera encariñarse con Paula. Casi como si intuyera que intento dejarlo con ella y la odiase por eso. En lugar de odiarme a mí –Sabrina suspiró–. Pero entonces, ese primer día, cuando hicieron el circuito de karts, lo ví más feliz que nunca. Yo nunca le había dado eso y quería que fuera feliz, quería que tuviese lo que yo nunca había podido darle.

Pedro sintió que se le encogía el corazón. ¿No era eso humano? ¿Querer una familia, un sitio que fuera tuyo, un sitio donde te sintieras querido?

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