viernes, 19 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 29

Para terminar, liberó a Apolo de su exilio y lo llevó dentro. Él despreció el cuenco con comida para perros y fue directamente a la nevera. No se apartó de la puerta hasta que ella le dio un filete y al comprobar que eso no bastaba para que alegrara el gesto, le dio otro trozo del queso que había empezado por la mañana, esa vez sin envoltorio de plástico. Luego le puso un lazo rojo alrededor del cuello y fue al dormitorio a buscar la cámara. Cuando volvió, Apolo había vuelto a hacer de las suyas en la nevera y estaba lamiendo unos huevos rotos del suelo.

—Eres un perro muy malo —dijo ella mientras fregaba el desaguisado.

El perro la miró con unos ojazos desolados.

—De acuerdo —concedió ella—. Muy guapo, pero muy malo.

—¿Quién es guapo pero malo? —preguntó Pedro.

Dios mío, no hacía falta ni preguntarlo. Ella se dijo que su trabajo exigía que lo mirara tan atentamente. Su trabajo exigía que ella encontrara en él aquello que haría que nueve de cada diez mujeres quisieran encontrarlo debajo del árbol de Navidad.

—¿Tienes un pijama? —le preguntó ella.

Él tenía el pelo mojado de estar fuera. El efecto era mejor que el de la cola de gallo. Parecía como si acabara de salir de la ducha.

—¿Pijama? —repitió él mientras la miraba como si le hubiera pedido que sacara una correa de cuero.

—Ya sabes... de franela. De cuadros.

—No uso pijama.

Paula notó que le ardía la cara. ¿Cómo era posible que la conversación estuviera tomando un giro tan personal? Se preguntaba qué llevaría puesto en la cama y esperaba que no llevara nada, como si eso le importara.

—¿Una bata? —preguntó ella con el tono profesional y firme de una mujer a la que no le importaba lo que llevara puesto en la cama.

—Sí, Luciana me regaló una las navidades pasadas.

Al parecer, no había sido el regalo que más ilusión le había hecho.

—Yo había pedido una llave inglesa nueva —dijo él con un gruñido.

—¿Te importaría ponerte la bata encima de unos pantalones cortos? Sin camisa.

—¿Vas a comprobar si los llevo? Los pantalones.

Estaba siendo intencionadamente perverso.

—Recuerda que soy una amiga de Luciana —le recordó ella con delicadeza mientras él iba a su habitación y cerraba de un portazo.

Volvió al cabo de unos minutos, vestido como le había pedido y con el ceño fruncido.

—Es una estupidez —dijo él mientras se dejaba caer en la butaca junto a la chimenea.

La bata era de felpa, blanca y larga. Tenía una capucha. Era evidente que no se la había puesto nunca. Le daba un aspecto irresistiblemente erótico; solo faltaba que ella consiguiera que dejara de fruncir el ceño. Ella encendió una cerilla y la acercó a los leños que había preparado. Luego lo rodeó y se colocó detrás de la cámara.

—Pedro, sería estupendo que parecieras... contento.

—¿Así?

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