miércoles, 3 de junio de 2020

El Soldado: Capítulo 57

Él suspiró, pasándose una mano por el pelo.

–No cuentes con ello.

–Ya te he dicho antes que eres innecesariamente cínico.

–Y yo te he dicho que a veces hay que serlo.

–¿Vamos a comer perritos calientes? –preguntó Tomás.

–Claro que sí –respondió Pedro, olvidándose de su cinismo por el niño–. Conozco el mejor quiosco de perritos de toda la ciudad.

Paula lo reconoció como una rendición, aunque él no lo hiciese.

–¿Ah, sí?

–Por supuesto que sí.

Pedro miraba a Tomás comiendo perritos calientes. El niño había dicho que se comería seis, pero después del tercero no parecía tener más apetito. Estaba claro que no había hecho una comida decente en mucho tiempo y allí estaba Paula, con esa sonrisa que no la había abandonado desde que salieron del hospital. Desde que Sabrina anunció que era la tía de Tomás.  De modo que todo el mundo estaba contento. ¿Por qué la felicidad lo hacía sentir receloso? Aunque Paula lo había llevado aparte para contarle las razones de Sabrina,él tenía serias reservas. Pero obtendría la respuesta en unos días. Él no iba a aceptar la palabra de una mujer que aparecía de repente diciendo que Tomás era hijo de Gonzalo. Se le ocurrió entonces que era el momento perfecto para hablarle sobre de la prueba de ADN, pero no lo hizo. ¿Por qué? Porque ella no creía que pudiese llevar oscuridad a su mundo, a pesar de haber sido advertida. Y tal vez no sería así. Tal vez la prueba de ADN demostraría que Sabrina no estaba mintiendo. Hasta entonces, ¿Había alguna manera de evitar que Paula se encariñase con el niño? Lo dudaba porque él mismo estaba encariñándose con Tomás. No podía evitar que se encariñase con él, pero tal vez debería quedarse cerca por si acaso, vigilando, esperando, estando allí cuando ocurriese lo peor. Paula le había pedido que no le estropease el día con su cinismo, muy bien. Haría lo posible por disimular lo que sentía. Tal vez incluso se daría permiso a sí mismo para disfrutar dándole al niño algunas de las cosas que no había tenido nunca. Pero, al contrario que ella, esperaría lo peor y estaría preparado. Así era como había vivido toda su vida. Eso era lo que lo había protegido de la desilusión a la que Paula iba de cabeza. La verdad era que tenía un millón de cosas que hacer aquel día. La verdad era que estaba perdiendo el control de la situación. Porque quería estar con ellos.

–¿Quieres que vayamos a la playa, Tomás? –preguntó, casi sin pensar.

–No tengo bañador –respondió el niño, sin mucho entusiasmo.

–Podemos comprar uno –dijo Paula.

–No, yo no... es que no tengo bañador ni toalla –insistió Tomás, con cierto tono de desafío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario