lunes, 15 de junio de 2020

Volveremos a Encontrarnos: Capítulo 18

—Tengo que ir a ver el ganado. Voy a ir a caballo. ¿Puede montar? Yo no tengo tiempo para ocuparme de usted.

—Puedo montar —dijo desafiantemente—. Siempre que el caballo no sea muy nervioso —añadió después de meditarlo un poco.

—Bueno... sería Negrita. Ha desmontado a todos los vaqueros de la zona. Su nombre completo es Negra Mortal.

Ella palideció y él no pudo evitar sentir cierto remordimiento.

—Era broma —dijo él.

—Ah, bueno.

Él se dirigió hacia la cuadra y comprobó que ella le seguía el paso con sus larguísimas piernas. Agarró a Pegaso, su montura. Ella sacó una foto. Él le lanzó unos arreos con la esperanza de que eso impidiera que siguiera con su trabajo.

—Aquél —dijo él señalando a una vieja yegua que mascaba tranquilamente.

Pedro la observó con atención. Estaba decidida a no demostrar lo nerviosa que estaba, pero él sabía cuándo alguien estaba nervioso por un caballo. El levísimo paso atrás en vez de adelante, la duda casi imperceptible, la voz suave y cantarina pero un poco entrecortada. Sin embargo, sabía poner los arreos, lo cual era mucho más de lo que él esperaba. Además, Negrita era paciente e indulgente, cualidades que él no tenía. La acompañó hacia la cuadra e hizo un gesto para que metiera el caballo en el primer establo. La miró con ojos críticos mientras ella hacía un nudo de colegiala aplicada con las riendas y pedía los utensilios de limpieza. Lecciones. Estaba seguro de que había recibido lecciones. La dejó a lo suyo y llevó su caballo al establo contiguo para poder vigilarla por encima de la separación.  Cuando Negrita ya estaba medio dormida por el vigoroso cepillado, él se dió la vuelta para no pensar en el aspecto de ella. Ya había conseguido concentrarse en sus propios pensamientos cuando vió un destello. Su caballo dió un brinco, pero afortunadamente tuvo el detalle de hacerlo hacia el otro lado y no aplastarlo contra la separación de los establos. Pegaso se giró y la miró con los ojos en blanco.

—Lo siento —dijo ella horrorizada y con las larguísimas piernas a horcajadas sobre la separación.

—Creía que le había pedido que me avisara cuando fuera a hacer eso.

—Pero yo quiero fotos espontáneas.

—¿De un hombre muerto?

—He pedido perdón y no creo que esté muerto. Por lo menos sigue hablando.

Él tuvo que darse la vuelta precipitadamente para que ella no viera la sonrisa que se le había dibujado en los labios contra su voluntad.

—Mire, un novato puede ser muy peligroso en un rancho. Avíseme si va a usar el flash —eso lo dijo sin rastro de sonrisa en el tono.

—A sus órdenes.

Había cierto sarcasmo en su voz y él notó una punzada. ¿Por qué? Ya la había notado otra vez cuando ella dijo lo de las posaderas para montar y se había ruborizado. Entonces él no pudo replicarla y tuvo la misma sensación. Había intentado identificarla, pero no lo había conseguido. Era como si le recordara a alguien, pero los hombres no solían olvidarse de mujeres como esa.

—¿Qué le parece si en vez de asustar a los caballos se limita a prepararlo?

Y de paso quitaba esas piernas de su vista.

—A sus órdenes —repitió ella.

Él terminó mucho antes que ella y miró por encima de la separación para ver cómo lo hacía. No podía disimular que lo había aprendido en unas lecciones. Observó cómo ella sacaba su pañuelo del bolsillo y quitaba el polvo de la nariz de Negrita ante el espanto de esta. Él dejó una silla encima de la separación.

—¿Puede hacerlo sola?

—Naturalmente —dijo ella con una confianza absoluta.

Pero la mirada que echó a la silla reflejaba ciertas dudas. Él permitió que ella luchara con la silla durante más tiempo del que se permitiría un caballero. Pasó al establo de ella.

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