miércoles, 6 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 72

—Me fastidia tener que decirlo —comentó Iván al cabo de un rato—, pero David tiene razón. Eres un majadero como la copa de un pino. No te diría la verdad, pero me parece que ahora está intentando hacer lo correcto. ¿Crees que miente al decir que va a devolvernos la colección?

—¡No! —él sacudió la cabeza—. Claro que no. Si lo ha dicho, lo hará. Confío en su palabra.

Los dos hermanos se miraron. Iván fue el primero en reírse disimuladamente, pero David lo siguió enseguida.

—A ver si lo entiendo —intervino David—. ¿Estás diciendo que confías en la palabra de una mujer que se ha pasado no sé cuántos días mintiéndote?

Pedro cerró los ojos para reflexionar sobre lo ridículo que era lo que acababa de decir. Ella le había mentido sobre su padre y su hermano y no la había hablado de los cuadros. No tenía ningún motivo para creer que le había dicho la verdad sobre lo demás, pero tampoco podía creer otra cosa.

—Sí. Creo plenamente que piensa devolvernos el resto de los cuadros. No tenía ningún motivo para mentir sobre eso, ¿Verdad?

—Entonces, crees que Paula no tuvo nada que ver con los asesinatos y también crees que va a devolvernos los cuadros que encontró. Confías en su palabra. ¿Podrías explicarme otra vez qué fue lo que te alteró tanto que anoche quitaste tú solo los adornos de un árbol de Navidad de seis metros?

 Mientras escuchaba la justificada pregunta de David, notó que el nudo del pecho se le aflojaba un poco. No se soltó, pero casi.

—Que soy un majadero —murmuró él.

—No —replicó Iván con alegría—. Es que estás enamorado. No eres el único. Acabas haciendo todo tipo de disparates.

—Como tirarte al río para salvar a los hijos de tu exprometida —le picó David a su gemelo.

 —O renunciar a una década clamando justicia y venganza para proteger el porvenir de una joven —contraatacó Iván.

 —Me parece que ahí hice lo que tenía que hacer —dijo David—. Es posible que, gracias a Paula, encontremos todas esas respuestas.

David tenía razón. Pedro se frotó los ojos. Estaba agotado. Les había dado algo más que un cuadro pintado por su madre, incluso más que las docenas de obras de arte que podrían acabar volviendo a River Bow. Les había dado la posibilidad de encontrar respuestas a las preguntas que los habían obsesionado a todos. No tenía por qué haber ido personalmente a devolver la pintura. Podría haber llamado por teléfono o haberlo dejado en manos de su abogado. También podría haberse quedado toda la colección e irla vendiendo poco a poco en el mercado negro hasta conseguir una fortuna de vértigo. Sin embargo, no había hecho nada de todo eso, había volado a mil y pico kilómetros de distancia, había alquilado un coche y había ido hasta River Bow para hablar con los descendientes de Ana y Horacio Alfonso. Había mostrado un valor y una personalidad increíbles.  Él, en cambio, había dicho que la amaba, pero la había despachado y le había dicho cosas espantosas en cuanto surgió la más mínima complicación. Incluso, ¡le había metido la maleta en el coche! Quería rebobinar las últimas doce horas. Abrió los ojos y vio que sus hermanos lo miraban burlona e indulgentemente.

—¿Qué debería hacer ahora?

—Si yo fuese tú, ya estaría en mi camioneta persiguiéndola — contestó Iván encogiéndose de hombros.

—Lo mismo digo —añadió David.

Él solo sabía que había ido a Jackson a pasar la noche y que ese día iba a tomar un vuelo. No tenía ni idea de cómo encontrarla y decidió que lo mejor era pedir refuerzos.

—David ya tienes trabajo —le dijo mientras se dirigían hacia la casa—. Haz de policía. Deberías poder encontrar el rastro de Gonzalo Koslov, hijo de Miguel Kozlov, una especie de jefe mafioso. Intenta descubrir qué le pasó y luego busca a algún cómplice que desapareciera por la misma época. Paula cree que los dos se pelearon y que su hermano murió. También cree que su padre se deshizo del hombre que mató a su hijo. Veamos qué más podemos descubrir.

 —¿Qué puedo hacer yo? —preguntó Iván.

 —Cruza los dedos para que la encuentre y para que sepa perdonarme cuando la haya encontrado.






Paula estaba sentada en la cafetería del hotel. Removía los copos de avena que había pedido y no podía comerse, levantaba la taza de café y volvía a dejarla, ojeaba una revista y no se enteraba de nada de lo que leía. Simple y llanamente, estaba hecha un trapo. No había conseguido dormir y, al parecer, tampoco iba a conseguir comer. El hotel estaba rebosante de familias que comían juntas o de parejas con ropa de esquiar que parecía muy cara. Jackson Hole estaba lleno en navidades. Debería haberse imaginado que la gente acudiría en tropel a esquiar durante las fiestas. Le había costado encontrar una habitación y había acabado reservando una que, normalmente, no habría entrado en su presupuesto. Para lo que había dormido en esa cama de hotel tan cara, podría haberse quedado dando vueltas en el coche de alquiler. Además, faltaban horas hasta que saliera su vuelo. ¿Cómo podía matar el tiempo? No le gustaba ir de compras en ese día tan bullicioso y tampoco tenía sentido que pagara más para dejar la habitación más tarde y quedarse viendo algún programa de televisión que le daba igual. Como todavía tenía el coche, quizá debiera dar un paseo para ver el esplendor invernal de las montañas. Dió un sorbo de café para intentar reunir las fuerzas que necesitaba para hacer algo. Lo único que quería era hacerse un ovillo y pasarse unos días llorando, pero eso no serviría de nada. Se sentía más dolorida que el día que se cayó por las escaleras de River Bow, como si cada músculo y tendón estuviese a punto desgarrarse.

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