viernes, 1 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 62

Sacó la bufanda verde con manchas de color melocotón y se emocionó profundamente al imaginarse a Abril trabajando hasta tarde para hacerle un regalo a esa huésped que acababa de conocer.

—Me la pondré —le prometió ella—. Y cuando me la ponga, me acordaré de estas navidades maravillosas que he pasado con vosotros.

 Se la ató alrededor del cuello.

 —Ahora, el otro —dijo Abril con los ojos brillantes—. Este es de los dos.

Era rectangular y fino. Quitó un poco de papel y vio el borde de un marco negro. Quitó el resto de papel con el corazón acelerado.

—Oh…

 Se quedó un rato sin respiración y notó que los ojos le abrasaban por las lágrimas. Era un grabado precioso de River Bow visto desde las colinas que había sobre el rancho. Se podían ver la casa de troncos, el establo rojo y las demás construcciones en una escena veraniega con flores en primer plano. Cold Creek, el arroyo, transcurría por el borde y formaba un arco.

 —Este también lo ha pintado tu madre —comentó ella en voz baja—. Reconozco el estilo.

 —Sí —confirmó Pedro con cierta incomodidad—. Es uno de los pocos grabados que hizo y tenemos más de la misma escena. Creí que te gustaría tener algo para que nos recordaras.

Sería un grabado, pero estaba segura de que también sería valioso dada la creciente cotización de Ana Alfonso. Quiso decirle que no podía aceptarlo, que no sería correcto. Además, estaría de acuerdo con ella cuando devolviera los demás cuadros a la familia. No le salieron las palabras, no podía decirlo en ese momento. Rechazar el regalo sería una grosería, sobre todo, cuando quería quedárselo. Cuando volviera a San Diego, se preguntaría si todo había sido un sueño y el grabado le recordaría esos días increíbles.

 —Gracias —murmuró ella—. Lo conservaré siempre.

Hubo algo en su tono que lo alteró. La miró detenidamente y la tensión salto entre ellos.

 —Entonces, ya hemos terminado —comentó Abril mientras empezaba a recoger el papel.

—Por el momento. Esta tarde vamos a casa de Iván. El desayuno que nos dejó congelado Luciana ya podrá sacarse del horno. Hago unos gofres y luego nos pondremos con nuestras tareas.

 —¿Puedo ayudar con las tareas? —preguntó Paula—. Me gustaría ver lo que haces.

Él pareció sorprenderse, pero agradablemente.

—Claro. Estoy seguro de que habrá ropa de abrigo de Luciana que te quedará bien.

Después del desayuno, que fue una sabrosa quiche, y de los gofres que hizo Pedro, Abril la ayudó a ponerse unos pantalones para la nieve, un chaquetón, unas botas y unos guantes. Además, se puso la bufanda que le había regalado la niña y los acompañó a limpiar establos, a dar de comer a los caballos y a llevar balas de paja para el ganado. Durante un par de horas, el trabajo fue muy arduo a pesar del frío, pero parecía como si Pedro y Abril no lo notaran. Se reían, cantaban villancicos y parecía que lo pasaban bien, mientras que ella intentaba no molestarlos. Cuando por fin volvieron a la casa, tenía las mejillas cuarteadas, le dolían los brazos de frío y una emoción incontenible le oprimía el pecho. Al ver a Pedro en su elemento se había enamorado todavía más de él, de los dos en realidad. Adoraba a Abril. ¿Qué iba a hacer? Estaba enamorada de un hombre que la despreciaría cuando se enterara de los secretos que le había ocultado. Tenía que contárselo cuanto antes y por mucho que fuese a dolerle. Luego, tendría que intentar vivir con las consecuencias.

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