lunes, 18 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 25

Pedro Alfonso era un hombre que decía lo que pensaba y pensaba lo que decía. Y esas simples palabras, esa promesa de que podía contar con él, a Paula  la llenaba de una inesperada emoción. Absurdo porque desde Pablo había resuelto no apoyarse en nadie nunca más. Su plan era ser una mujer independiente que colgase cuadros en las paredes por sí misma y cambiase bombillas sin pedir ayuda a nadie. Cuando tuviese un proyecto que no pudiera hacer sola, contrataría a alguien. Después de Pablo, había decidido ser independiente en todos los sentidos y no apoyarse en nadie que la hiciese sentir nada. Y la emoción que había empañado sus ojos por unas simples palabras podría arruinar ese plan de por vida. Pero aquel viaje en el Ferrari era una distracción. Tenía que concentrarse en ello y olvidar todo lo demás. Al fin y al cabo, tal vez nunca más podría volver a vivir esa experiencia. De modo que se quitó la chaqueta y se relajó para disfrutar del momento. Le gustaba verlo conducir, sujetando suavemente el volante con una mano, la otra sobre el cambio de marchas. Le gustaba su expresión, alerta, pero relajada. Como dispuesto a todo. Como preparado para todo.

Muchos hombres se volverían locos con un coche como aquel, pero Pedro conducía sin agresividad, jugando con el poder del motor, pero sin liberarlo del todo. Era como si estuviese montando un semental al que tuviera controlado. Puso un CD y las notas de un viejo rock and roll que aún podría llenar estadios llenaron el interior del coche. Su elección de música, su forma de conducir, la casa de la que provenía...

«Si alguna vez necesitas algo, Pauli, cuenta conmigo». ¿Cómo podía pensar que no sabía nada sobre él? Paula se arrellanó en el asiento, sintiendo la caricia del viento en la cara. Y se rindió. Estaban sentados uno frente al otro en la terraza del restaurante y la vista del lago desde allí era maravillosa. Ya le había contado, con los ojos brillantes, la transformación que planeaba hacer para la cena benéfica que tendría lugar los últimos días de agosto. Pedro la había convencido para que tomase una copa de vino, aunque él no bebió nada.

–¿No vas a tomar una copa? –le preguntó ella.

–Cuando se conduce un coche tan poderoso, es mejor no beber alcohol.

Se dió cuenta de que le gustaba la respuesta, pero había una verdad más profunda tras su negativa a tomar alcohol. Desde hacía tiempo dependía del instinto. En muchas ocasiones, su supervivencia y la supervivencia de otros había dependido de su instinto y después de eso rara vez hacía algo que embotase sus sentidos. No había probado una gota de alcohol en cinco años. ¿Era solo porque quería tener la mente despejada o por la historia de su familia con el alcohol? ¿Estaba intentando alejarse de ese pasado porque aún lo afectaba? Aunque estar con Paula también embotaba sus sentidos en cierto modo... Él nunca hablaba de su familia, de hecho intentaba no pensar en ellos. ¿Por qué había sacado el tema? ¿Porque Paula ya lo sabía? ¿Porque había crecido en la misma calle, al lado del circo que había sido su familia? No, era más que eso. Le había confiado algo de sí mismo que no le confiaba a nadie.

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