viernes, 1 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 63

¿Cuando iba a decírselo? Empezó una docena de veces a lo largo del día, pero nunca le parecía el momento adecuado. No quiso estropearle la mañana de Navidad y luego se divirtieron mucho jugando con unos juegos que había recibido Abril. Más tarde, él echó una cabezada junto a la chimenea, tapado por la manta de colores que le había hecho su hija, y ella no tuvo valor para decírselo nada más despertarse. Entonces, tuvieron que prepararse para ir a casa de su hermano. Ya estaban de camino a la casa de Iván y Laura y no había encontrado el momento adecuado. ¿Cómo iba a estropearles la cena familiar? Además, si lo hiciera, tendría que quedarse en una situación espantosa hasta que Pedro pudiera llevarla otra vez a River Bow para que recogiera su coche del alquiler. Inconscientemente, había aprendido de su padre que siempre tenía que tener una escapatoria.

 —¿Estás bien? —le preguntó él—. Pareces tensa.

—Soy una desconocida que va a la fiesta de una familia muy grande —contestó ella—. ¿Tú no te sentirías un poco fuera de lugar?

—Te aseguro que no te sentirás una desconocida durante mucho tiempo. Agustín intentará hacernos una broma en cuanto entremos. Sofía te dará unos de sus increíbles abrazos y Laura y Brenda te llevarán secuestrada a la cocina para sacarte todos los detalles de tu vida y contarte los más bochornosos de la mía.

 —Quieres mucho a tu familia, ¿Verdad?

—Hasta al más chiflado de ellos —contestó él sin dudarlo.

Ella sintió una opresión en el pecho. Quería ese caos ruidoso, esos familiares preguntones, la sensación de pertenecer a algo más grande que ella misma. Sobre todo, quería al hombre que iba en el lote. No se atrevió a hablar y se quedó mirando las montañas nevadas que se veían por el parabrisas. Hasta que él le tomó la mano.

 —No será tan grave. No te preocupes. Vas a encantarles a todos. Además, si es excesivo para tí, dímelo y te llevaré otra vez al rancho.

Ella esbozó una sonrisa forzada y se sintió conmovida. Él le apretó la mano.

 —Alguna vez me contarás lo que te preocupa, ¿verdad?

Ella se sonrojó. ¿Tan evidente era? Él parecía saber lo que estaba pensando incluso antes de que ella se diese cuenta.

—Sí —murmuró ella—, pero no ahora.

Él puso una expresión de curiosidad, pero no dijo nada mientras cruzaban un puente y entraban en un sendero flanqueado por abetos nevados. Por fin, se detuvieron delante de una casa de dos pisos muy bonita hecha con piedra y troncos de pino. Unas bombillas cónicas colgaban del porche que rodeaba toda la casa. Se parecía mucho a la del rancho, pero era más pequeña. La escena que se representó dentro fue la que había previsto Pedro, como si ya hubiese leído el guion. Un chico moreno fue a saludarlos en cuanto cruzaron la puerta.

—Hola, tío Pedro. Dame la mano.

—¿Por qué?

—Por nada. Solo quiero dártela.

 Pedro resopló, pero le siguió el juego, le estrechó la mano y fingió que daba un salto al notar un zumbido. Agustín se rió a carcajadas.

 —¡Qué susto!

—¿A que no sabes qué me ha regalado Santa Claus? Una caja con bromas y cosas de magia. ¡Es increíble!

—Vaya, seguro que tu madre está muy contenta con Santa Claus.

—Sí. A papá le pareció tronchante.

—Estoy seguro.

—Hola, Abril. Dame la mano.

—¡Olvídate, Agustín! —replicó ella—. ¿Crees que no acabo de ver lo que le has hecho a mi padre?

Agustín, puso un gesto de fastidio y se marchó corriendo, seguramente, a buscar otra broma. Antes de que Paula pudiera tomar alieno, una niña con síndrome de Down y la sonrisa más dulce que había visto en su vida fue a abrazar a Pedro y Abril, quienes la adoraban sin disimularlo.

—Sofía, esta es nuestra amiga Paula. Es profesora de primaria, donde tú estás. Paula, ella es Sofi.

 —Hola —la saludó Sofía—. Quiero a mi profesora. Se llama señorita L.

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