viernes, 22 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 35

Podía solucionarlo sola como había solucionado el problema de los ponis de Sabrina en el parque. De repente, no le gustaba cómo lo hacía sentir. Como si pudiera contarle cualquier cosa. Peor, como si quisiera hacerlo.

Después de dejarla en su oficina iría a la finca donde había acampado Sabrina y le preguntaría directamente. Exigiría respuestas, una prueba de ADN. Valeria podría encargarse de su contribución a Warrior Down. Les ofrecería el día perfecto, el que ella eligiera, para la subasta. Y luego, con alivio, le encargaría todos los detalles a Valeria. Ella lo haría mejor, de todas formas. Sus caminos, el de Paula y el suyo, podrían separarse allí mismo. Melbourne, Australia, parecía llamarlo. Pedro miró su piel perfecta, el biquini mostrando sus femeninas curvas, los ojos brillantes, el pelo mojado, las gotas de agua que rodaban por su cuello. Y se preguntó si Melbourne estaría lo bastante lejos.

–Se está haciendo tarde. Deberíamos irnos.

No le gustaba cómo lo miraba, como si pudiera leer sus pensamientos, como si pudiera ver lo que había dentro de él. Lo que no quería que viese nadie. Pero lo que no veía era que él no merecía un día como aquel o una chica como ella. Hicieron el viaje de vuelta a Mason casi en silencio. Pedro respondía a sus preguntas con monosílabos, apartándose, protegiéndola. De él. Por fin, detuvo el Ferrari frente a su oficina y le abrió la puerta del Ferrari. Pero Paula no se dió prisa en despedirse, como había esperado.

–Gracias.

–De nada.

–No hemos hablado mucho sobre Warrior Down.

–Piensa en lo que tú consideras un día perfecto –Pedro le dió su tarjeta–. Llama a este número y haremos lo que tú quieras.

–No podría haber un día más perfecto que el día de hoy.

Pedro no quería dejarse ablandar por su gratitud. Ni siquiera iba a mirarla a los ojos. ¿Por qué no entendía que estaba alejándose por el bien de los dos?

–Intenta pensar en algo por lo que alguien pague dinero. Helicópteros, caviar, yates, esas cosas.

Entonces, Paula hizo algo que Pedro no esperaba. Negándose a aceptar esa fría despedida, dio un paso adelante. Había vuelto a ponerse el traje, pero no podía esconder a la mujer que había visto en biquini. Tenía el pelo seco, pero sus rizos se movían con la brisa... Nunca había visto una mujer más bella. Y tal vez por eso era incapaz de apartarse, de hacer lo que debía hacer. Lo vió venir. Podría haberlo visto a un kilómetro. Con los ojos medios cerrados, Paula respiró profundamente, frunciendo los labios en un gesto encantador. Tenía tiempo para alejarse. Pero no lo hizo. La dejó hacer. Dejó que Paula Chaves lo besara. Y fue mejor de lo que había imaginado. Sus labios eran mucho más dulces, más inocentes. Pero cuando el beso se alargó, detectó algo más: sus sueños secretos de tener un Ferrari rojo, su pasión, el sitio dentro de ella que Patricio o como se llamara hubiese matado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario