lunes, 25 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 38

–Muy bien –asintió Paula por fin, aunque no parecía muy contenta por aceptar lo que más necesitaba y menos quería. Por no hacer aquello sola.

–¿Dónde vives?

–Le compré la casa a mis padres cuando se mudaron, así que vivo donde he vivido siempre –respondió ella, sin mirarlo, como si vivir en la casa de su infancia demostrase que Pedro tenía razón.

Y así era, ¿No?

Él suspiró de nuevo.

–¿A qué hora debo ir?

–Alrededor de las siete.

En el mundo en el que él se movía, nadie cenaba a las siete, sino a las nueve, después del cóctel y los aperitivos. Después de interminables charlas y algún flirteo con mujeres que tenían tan poco interés en una relación como él. De repente, la banalidad de esas cenas lo hizo sentir como si su mundo se hubiera convertido en un sitio insoportablemente solitario. Estaba siendo empujado hacia el pequeño mundo de Paula y no le gustaba, pero tendría que aguantarse hasta que el asunto de Sabrina se hubiera solucionado. Y luego nada, absolutamente nada, ni siquiera el recuerdo de los labios de Paula iba a evitar que supervisase personalmente ese trabajo en Australia.





–¿Se encuentra bien, señor Alfonso?

–¿Eh? –Pedro estaba distraído mirando por la ventana de su oficina.

Había tenido una pesadilla peor de lo normal la noche anterior. Los dos adolescentes, las balas... él poniéndose a cubierto como si hubiera visto llegar las balas, como si deliberadamente hubiese dejado que las recibiese Gonzalo. Pero seguía habiendo una pieza que faltaba, algo importante. Palabras. Aunque daba igual. Ninguna palabra podría hacer que se sintiera mejor. Ninguna palabra podría quitarle aquel tremendo sentimiento de culpa. Ninguna palabra haría que un hombre aceptase su incapacidad para controlar la muerte. A veces, uno no podía proteger a la gente a la que más quería. Su madre, Gonzalo... ¿La pesadilla había sido más intensa porque había pasado el día con Paula? ¿Porque tenía que aceptar su incapacidad de evitar que ocurriesen cosas malas? ¿Si pudiese proteger a Paula de Sabrina, compensaría eso sus fracasos anteriores?

-Estoy bien, pero me han invitado a cenar esta noche... ¿Podrías comprar algo para llevar?

–¿Lo de siempre?

–Sí, lo que sea –respondió Pedro–. ¿Qué era lo de siempre? ¿Una botella de vino carísimo, un ramo de rosas? No, espera.

No quería llevar vino si Sabrina iba a estar allí. Seguramente se lo bebería todo y luego tendría que conducir... Y tampoco quería que Paula bebiera porque después de una copa en el almuerzo había perdido sus inhibiciones hasta el punto de ponerse un biquini. Y besarlo. ¡Un beso tan poderoso que lo hacía desear irse a Australia cuanto antes!

–No, vino no. Y tampoco rosas. Algo menos formal, menos ostentoso.

–Muy bien –asintió Valeria.

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