lunes, 11 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 7

Esos profundos ojos verdes parecían robarle la madurez y el éxito que había conseguido, exponiendo a la chica vulnerable y torpe que vivía dentro de ella.

–Gonzalo era el único que me llamaba así. Todos los demás me llaman Pau, incluso mis padres.

–Gonzalo y yo –le recordó él.

«Pauli, que besa a los chicos y los hace llorar». Las pocas veces que se acordaba de ella era para tomarle el pelo sin piedad, pero el chico que le tomaba el pelo, el de la sonrisa alegre, había desaparecido por completo.

–Bueno, ¿Cómo va todo? –le preguntó él.

Como si pasara casualmente por allí, aunque Paula lo dudaba. Cuando habló con él la semana anterior le había dicho que no quería verlo, pero debería haber imaginado que eso le daría igual.  Pedro Alfonso no era un hombre que aceptase una negativa, especialmente de las mujeres.

–Igual que la última vez que hablamos, hace una semana – respondió–. Estupendamente.

No era cierto. No podía estar más lejos de la realidad.

–Salvo por los ponis –bromeó él.

Estaba claro que no la creía. ¿Por qué? ¿No había visto que llevaba un vestido de lino? ¿Que el zapato cuyo tacón había perdido era de un famoso diseñador? ¿No veía que era una adulta que no necesitaba ayuda?

–Estupendamente –repitió.

–Pareces preocupada –dijo él entonces.

Y entonces hizo algo absurdo, poner el pulgar sobre su ceño, que debía de tener fruncido desde la semana anterior.

Desde que Sabrina había aparecido con su zoo: los ponis, Tomás... Paula experimentó una momentánea sensación de bienestar, un momentáneo deseo de apoyarse en su mano. De tener alguien en quien apoyarse, alguien con quien hablar, alguien en quien confiar. Una ilusión absurda que ella más que nadie debería haber dejado atrás. La ruptura de su compromiso había sido la gota que colmaba el vaso. Lo único importante en aquel momento era su empresa. Se había arriesgado en el amor, sufriendo a su capricho, por última vez. No pensaba dejar que volviesen a hacerle daño. Lo había jurado cuando su prometido, Pablo, la había dejado después de dos años de relación. Y entonces, como para poner a prueba ese juramento, había aparecido Sabrina. Y luego Pedro Alfonso. Que aquel hombre apareciese en su vida y que ella pensara que estaría bien conocer su opinión sobre Sabrina, o sentir el roce de su barba, era la prueba de que había hecho bien al decirle que no tenían nada de qué hablar. Y el cinismo que había en su expresión debería confirmarle que había hecho bien. Porque él mataría sus esperanzas. La esperanza era una cosa tan frágil... La esperanza era más peligrosa que el amor, pero no tener ninguna esperanza sería como la muerte, ¿No? Ella no iba a confiarle sus esperanzas a alguien como Pedro. Y, sin embargo, allí estaba la tentación de contárselo, de ver lo que pensaba. Para no estar tan sola. Reconociendo lo absurdo de esos pensamientos, Paula apartó el dedo de su frente.

–No estoy preocupada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario