miércoles, 20 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 30

Cortó la comunicación con el ceño fruncido y no solo porque el plan de guardar la lata hubiese fracasado. Podría llamar a las autoridades, pensó. Había gente que se encargaba de proteger a animales maltratados y él no era una de esas personas. Pero, aunque ya no podía ver a Paula en la tienda, estar con ella lo obligaba a ser mejor persona. Suspirando, llamó a Valeria.

–Dígame, señor Alfonso.

–Necesito que envíes heno de primera calidad para unos ponis – Rosario le dió el nombre de la finca–. Y una compra semanal de comida para dos personas.

–Muy bien.

–Necesito que busques al propietario de la finca y le pidas permiso para usarla. Ofrécele lo que sea. Puedes usar a Diego para que lo lleve todo allí, él conoce el sitio.

Después de cortar la comunicación, miró de nuevo hacia el hotel. Paula, con un albornoz blanco, estaba mirando los bañadores como si fueran un enemigo, mordiéndose los labios mientras los revisaba atentamente. Estaba claro que no sabía si comprar el bañador que le gustaría o algo que lo dejase de piedra. Esperaba que optase por lo primero y, al mismo tiempo, esperaba todo lo contrario. No estaba acostumbrado a ser tan indeciso. Al contrario, él era un hombre que sabía muy bien lo que quería. Pedro suspiró. No quería que ella supiera nada de lo que acababa de averiguar sobre Sabrina y Tomás porque si sospechaba que el niño, que podría ser su sobrino, no estaba bien alimentado se llevaría un disgusto tremendo e hipotecaría su negocio para ayudarlos. No tenía elección, debía protegerla.

¿La trampa? Que Paula no podía saber que estaba protegiéndola. «Puedes relajarte, Pauli». Las palabras de Pedro se repetían en su cabeza mientras intentaba elegir un bañador. ¿Cómo no iba a aceptar un reto como ese? Necesitaba demostrarle que estaba equivocado sobre ella. Que no era una estirada. Eligió un bañador azul marino que le pareció perfecto. El gorro a juego, con una rosa sobre la oreja, le parecía un poco bobo, pero el bañador era estupendo. Sin embargo, en cuanto se lo probó supo que no era el bañador que buscaba. Aunque práctico, la hacía parecer tan sexy como una nevera. Justo el que una estirada hubiera elegido. De modo que se puso el albornoz y salió del probador. Podía ver a Pedro sentado en un banco, hablando por el móvil, cómodo con su nuevo bañador, mirando el lago. La vida era tan injusta a veces... Cuando un hombre necesitaba un bañador, sencillamente entraba en una tienda y tomaba el primero que veía. No tenía que hacerse preguntas, probárselo o mirarlo desde todos los ángulos.

Pedro estaba esperando, mirando el lago, un hombre que había aprendido a apreciar los momentos de tranquilidad antes de la tormenta. ¡Lo que no esperaba era que la pequeña Pauli fuera a ser esa tormenta!

Respirando profundamente, Paula eligió media docena de biquinis y volvió a entrar en el probador. Unos minutos después, se miraba al espejo. De alguna forma, sin haberlo planeado, tal vez incluso contra su voluntad, se había convertido en una mujer totalmente diferente a la que entró en su oficina esa mañana.

–No es demasiado tarde para comprar el azul marino –murmuró para sí misma.

Pero sabía que no iba a hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario