viernes, 15 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 18

Pero, por lo que Gonzalo le había contado sobre su hermana, lo último que Paula necesitaba era más control. Tal vez estaba involucrándose demasiado, pensó. ¿Pero y si Gonzalo no había querido solo que comprobase cómo estaba de vez en cuando? ¿No era eso demasiado literal? ¿Y si lo que había querido decir era que cuidase de ella, que si veía que intentaba controlar todo lo que había a su alrededor hiciese algo al respecto?

Pedro suspiró. Él era la persona menos adecuada para interpretar las últimas palabras de un hombre. Pero estaba seguro de que Gonzalo aprobaría que sacudiese un poco el mundo de Paula. Además, estaba deseando hacerlo. Y aunque ella no lo reconocería al principio, sería su regalo para la hermana pequeña de su mejor amigo. Tal vez no tenía que cargarla con los detalles de la muerte de Gonzalo, tal vez solo tenía que compensarla por ello. Irrazonablemente contento consigo mismo, Pedro sacó el móvil del bolsillo y llamó a la oficina de El día de tu vida para pedir cita. Y luego llamó a Valeria. Su ayudante personal se estaba ganando el sueldo aquel día.

–Dígame, señor Alfonso.

Pedro hizo una mueca.

–Buen trabajo con los vaqueros. ¿Cómo lo has hecho?

–Gracias, señor Alfonso. El señor McKenzie es un joven muy agradable. Pasé un fin de semana en el rancho hace algún tiempo, pero me temo que últimamente no está yendo muy bien por culpa de la crisis.

–Le he encargado otro trabajo, espero que eso lo ayude un poco. Y tengo otro reto para tí, pero este no va a ser tan fácil.

Valeria suspiró, evidentemente encantada.

–Esos son mis favoritos.

Pedro le dijo lo que necesitaba y esperó que ella lanzase una exclamación de horror, que le dijese que por fin le había encargado una tarea imposible. En lugar de eso, Valeria le preguntó:

–¿Italia o Spider?

Paula se quedó sorprendida cuando su secretaria le dijo que Pedro ya había pedido cita para el día siguiente. De haber sabido que iba a llamar de inmediato le habría dicho que lo hiciese esperar un par de días... En fin, a la mañana siguiente, se sentía más segura de sí misma y tan preparada para enfrentarse con Pedro como iba a estarlo nunca. Miró su despacho, satisfecha. Era un sitio muy agradable, nada ostentoso, pero sí elegantemente decorado para recibir a los clientes. Su escritorio era una mesa antigua de caoba, los cuadros que colgaban de las paredes eran de artistas locales, pero las alfombras eran importadas. Como su coche, decían: «He logrado el éxito». Pero Carla, su secretaria, le preguntó si pensaba realizar una operación quirúrgica.

–¿Qué quieres decir?

–No lo sé, tiene un aspecto estéril. Casi huele a antiséptico.

Estéril y antiséptico no era precisamente la impresión que Paula quería dar, de modo que llamó a la floristería para pedir que le enviasen un ramo de lirios blancos. Cuando le preguntaron qué quería poner en la tarjeta, al principio dijo que no habría tarjeta, pero después se le ocurrió que no haría daño que hubiese una entre las flores, como si se las hubiese enviado un hombre. Pedro era detallista y seguramente se fijaría.

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