viernes, 8 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 3

Y los informes habían sido siempre tranquilizadores. Paula ya no estaba prometida con el hombre al que Gonzalo detestaba y teníauna empresa de organización de eventos, El día de tu vida, en Mason, en el valle Okanagan de la Columbia Británica. La empresa de organización de eventos más importante para bodas, cumpleaños y eventos especiales que, además, había sido elegida para organizar una cena a beneficio de Warrior Down, la organización que ayudaba a los veteranos de guerra. Pero sobre todo se encargaba de organizar cumpleaños para hijos de políticos, médicos, arquitectos y abogados de la zona. Fiestas con payasos, castillos de goma, magos, fuegos artificiales... Pero los ponis eran algo nuevo.

Paula organizaba la clase de fiestas que él nunca había tenido. De hecho, no recordaba que hubieran celebrado ninguno de sus cumpleaños, salvo en una ocasión memorable en la que su madre terminó cayendo de cabeza sobre la tarta. ¿Cuántos años cumplía? Seis. Después de eso, había dicho que no quería más celebraciones... Bueno, pues ya había visto a Paula y verla le llevaba recuerdos tristes. Pero, aparte del problema con los ponis, estaba claro que le iba bien en la vida. Aunque estaba cumpliendo la última petición de Gonzalo, Pedro había querido verlo por sí mismo. La había llamado por teléfono una semana antes y había notado algo en su voz... Aunque ella le había dicho que todo iba bien, Rory notó que le ocurría algo. Su alegría parecía un poco forzada, como si tuviera un secreto.

Fuera lo que fuera, no había podido olvidarse de ello. Durante la última semana, la necesidad de verla se había convertido en algo urgente. El instinto se había convertido en una parte tan importante de su vida cuando era soldado que no podía pasarlo por alto. Cuando lo intentaba, era una cosa más que lo despertaba por las noches, que lo perseguía en sueños. Una mentira de su secretaria lo había enviado a Pondview. «Nuestra empresa es una de las patrocinadoras de Warrior Down». Como había sospechado, al mencionar el proyecto Paula le había dado toda la información que necesitaba. ¿Se sentía culpablepor mentir? No. El sentimiento de culpa era para las personas sensibles y él no lo era. En su casa, de niño, y más tarde en el campo de batalla, no dejar que las cosas lo afectasen era la única manera de sobrevivir. Pero la muerte de Gonzalo...

Pedro sacudió la cabeza de nuevo mientras se concentraba en Paula. Estaba intentando agarrar a un poni blanco y negro que, aunque ella no se daba cuenta, la miraba por el rabillo del ojo con cara de pocos amigos. Y era mucho más listo de lo que parecía porque cuando Paula se lanzó sobre él, el animal se apartó, mirándola con gesto de burla. Él tuvo que contener la risa cuando se le rompió un tacón y, maldiciendo, se quitó el zapato para tirárselo al poni, que se apartó del proyectil como un profesional.

–¡Los ponis malos se convierten en pegamento! –le gritó ella–. Y en comida para perros. ¿Te gustaría ser el desayuno de un gran danés?

–No está bien decir esas cosas llevando un vestido tan bonito, señorita Chaves –murmuró Pedro, divertido.

En realidad, le gustaba mucho más aquella señorita Chaves que la que respondía al teléfono con voz fría y reservada o la que organizaba perfectas fiestas de cumpleaños con vestidos de diseño. Pero él sabía muchas cosas sobre la auténtica señorita Chaves. Eso era lo que hacían los hombres aburridos: jugar al póquer, fumar, dormir y hablar sobre su familia. Gonzalo nunca había tenido mucho éxito con las chicas, de modo que Pedro sabía mucho sobre su hermana. «Paula nunca se relaja del todo y lleva una fotografía de un Ferrari rojo en el monedero desde hace años».

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