miércoles, 27 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 41

–¿Tienes hambre?

–No me importa esperar.

Pero a las ocho y media, Paula supo que no tenía sentido seguir esperando.

–Dejaremos algo para ellos, por si acaso.

Cocinar con Pedro casi logró que se le pasara el disgusto. Resultaba divertido estar con un hombre que sabía usar el grill. Era una escena doméstica, una que había imaginado un millón de veces cuando estaba reformando la casa. Aunque la imaginaba con Pablo. Haciendo la cena juntos, charlando... le daba una sensación de hogar que nunca había conseguido del todo estando sola.

Pero Pedro Alfonso estaba en su cocina, pelando patatas, haciéndose cargo de las hamburguesas, riendo cuando mostró su preocupación porque tenía el fuego demasiado alto. El problema de tener a un hombre así en casa era que no sabía si volvería a parecerle su espacio o a partir de entonces sentiría como si le faltara algo. Un gato, una carrera y cierto gusto para la decoración no podían compensar aquella chispa de electricidad, aquellas risas, la tensión que había entre ellos. Había visto a un hombre cocinando en otras ocasiones, pero nunca se había fijado tanto en los detalles. En cómo se movía, en cómo hacía las cosas, con tal confianza en sí mismo. Había imaginado noches así con Pablo, pero no era lo mismo. ¿Por qué? Tal vez porque siempre había cierto descontento entre ellos... Y por primera vez desde que Pablo rompió su compromiso, Paula lo veía como una bendición.

Eran las nueve y cuarto cuando por fin terminaron de cenar. Pedro se había remangado para limpiar el grill, amenazando con tirarle el estropajo si intentaba ayudarlo. Y entonces, de repente, la alegría desapareció. Era como si alguien hubiese pinchado un globo. ¿Era desilusión porque Tomás y Sabrina no habían aparecido? ¿Desilusión porque aquella no era realmente su vida? Pedro Alfonso no estaba allí para quedarse, no estaba allí por ella ni porque el beso le hubiera parecido irresistible. No, estaba allí para protegerla. Y aquellos de los que creía tener que protegerla no habían aparecido. Habían cenado, la cocina estaba limpia y no había ninguna razón para que él se quedase o para que ella quisiera que se quedase.

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