lunes, 25 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 37

Paula lo miró a los ojos y él tuvo que hacerse el fuerte.

–Yo tampoco estoy buscando una relación –protestó Paula.

–Pero has dicho...

–Lo que quería decir es que ninguna mujer con dos dedos de frente permitiría que un hombre le diese órdenes.

–Yo no estaba dándote órdenes...

–Y no estoy buscando una relación de ningún tipo –lo interrumpió ella–. He decidido que no me interesan. Tengo una empresa y me va bien, eso es lo único que necesito.

–Eso no es verdad, Paula.

Ella lo miró, boquiabierta.

–¿Cómo que no? Puedo enseñarte mi declaración de la renta.

–No me refería a que tengas éxito, ya sé que es así. Pero no creo que hayas decidido no volver a tener una relación. No creo que hayas renunciado a la gran boda seguida de un bebé. Y luego otro. Tres, seguro que quieres tener tres.

–No es verdad. ¡No me interesan esos absurdos sueños!

–Veo en tu cara que no es verdad.

–¿Ah, sí?

–Veo exactamente lo que estás buscando, lo que siempre has estado buscando: una familia perfecta como la que tenías con tus padres y tu hermano. Una familia perfecta con la que vivir una vida perfecta. La casita para el verano, el pavo el día de Acción de Gracias, las Navidades con regalos.

–Después de mi ruptura con Pablo he decidido que nada de eso es para mí.

Pedro suspiró.

–Ahora entiendo que seas una presa tan fácil para Sabrina.

–No soy presa fácil para nadie. Decir eso es muy feo.

Feo, cínico, así era él. Y por esa razón no merecía sus besos, pero también lo hacía el hombre perfecto para alejarla de Sabrina.

–Crees que has abandonado tus esperanzas y tus sueños, pero no es verdad.

–Sí lo es.

-Solo están estacionados durante un tiempo. Sabrina sabe lo que quieres y yo también: darías un brazo porque Tomás fuese hijo de Gonzalo, el sustituto del hijo que pensabas tener con el tal Patricio.

–¡No sigas! ¡Y se llamaba Pablo!

Se había puesto colorada y echaba chispas por los ojos. Mejor. Había conseguido romper la atracción que empezaba a sentir por él yeso era lo que quería.

–Da igual cómo se llama.

–¿Tú no quieres que Tomás sea hijo de Gonzalo? –le preguntó Paula entonces.

La verdad era mucho más fácil de contemplar: Tomás no era hijo de Gonzalo y eso era lo que Pedro iba a creer hasta que tuviese una prueba fehaciente de lo contrario.

–Mañana iré a cenar a tu casa –anunció.

–¿Perdona? Yo no te he invitado.

–No voy a dejarte sola con Sabrina. Eres demasiado ingenua, demasiado inocente.

–No soy inocente –protestó ella–. ¿Por qué piensas eso?

«Porque te cuesta trabajo estar en biquini delante de un hombre. Por tu beso».

–Deja que te ayude.

Ella lo miró con expresión beligerante, pero luego miró la nota que tenía en la mano y Pedro vió un brillo de duda en sus ojos.

–No le diré nada a Sabrina, te lo prometo. Pero estaré allí, escuchando lo que dice, observándola. Más tarde te daré mi opinión, pero no te obligaré a hacer nada.

–¡Pues claro que no! ¡Tú no puedes obligarme a nada!

–Quiero decir que no intentaré convencerte –Pedro suspiró.

«Y si me guardo una cucharilla con saliva de Tomás no voy a hacerle daño a nadie».

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