viernes, 1 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 65

Volvió a mirar a Paula. Llevaba el brazo roto pegado al abdomen y la parecía que se agarraba y soltaba el muslo con la otra mano. Pensó en lo que había dicho Abril sobre que las próximas navidades serían mejores, pero ¿Cómo iban a superar a esas si no estaba Paula? El corazón se le aceleró al darse cuenta de que la quería para siempre en su vida. Era pronto, pero siempre había sido un hombre que sabía lo que quería. Las cosas no habían salido bien con Melina, pero sabía que ella era distinta. Era dulce y amable. Quería a su hija y parecía que lo había pasado bien con su familia. Sin embargo, no sabía cómo iba a conseguir que saliera bien a tanta distancia. Quizá lo consiguieran a corto plazo con el móvil, el correo electrónico y Skype. Él podría hacer algunas visitas cortas a la costa y, quizá, ella podría ir al rancho durante las vacaciones escolares. Empezó a darle vueltas a las posibilidades. ¿Qué posibilidades había de que ella se mudara? Él no podía dejar el rancho, pero quizá sí pudiera convencerla de que Pine Gulch tenía un colegio fantástico que quizá necesitase una profesora de primaria. Tendría que hablar con Juana Dalton, la directora, para saber si creía que quedaría libre alguna plaza el curso siguiente… Tenía que calmarse. Llegaron a la casa del rancho e hizo un esfuerzo para dominar los pensamientos. Esos sentimientos tan fuertes eran nuevos para él. Necesitaba tiempo para acostumbrarse a ellos, y, además, ella parecía resistirse con todas sus fuerzas.  Podrían hablar más tarde, cuando Abril se hubiese acostado, se dijo a sí mismo mientras entraban en la casa. Podrían sentarse otra vez en el salón, junto a la chimenea, y él insistiría hasta que ella le contara qué era lo que la preocupaba. Trípode se acercó renqueando y agitando el rabo para saludarlos.

 —Abril, ¿Por qué no sacas a Trípode? Luego, si quieres, puedes ayudarme con las tareas.

 —Claro —aceptó ella con esa buena disposición que siempre lo emocionaba.

Esperaba que nunca perdiera esa actitud porque era muy inusitado que le gustara ayudar a su viejo padre a dar de comer al ganado.

—Si quieres, nos encantará que también vengas a los establos, Paula.

Ella todavía parecía ensimismada y no lo miró a los ojos.

—Si no te importa, creo que voy a quedarme. Me duele un poco el brazo.

 —Me parece muy bien. Volveremos dentro de una hora.

—De acuerdo.

Ella le sonrió, pero a él le pareció una sonrisa forzada. Tenían que hablar. La escucharía, intentaría ayudarla con lo que la preocupaba y luego le diría que estaba enamorándose de ella.

La puerta de atrás se abrió justo cuando Paula arrastraba la maleta fuera del dormitorio. Se le revolvieron las entrañas y temió que fuese a vomitar, y no por lo poco que había comido con los Alfonso, aunque había sido delicioso. Si hubiese tardado diez minutos menos, se habría marchado antes de que ellos hubiesen vuelto de los establos. Desaparecer en la noche de Navidad era cobarde y ridículo, pero había sido ridícula y cobarde durante una semana al no afrontar ese momento. ¿Por qué iba a estropear ese récord?

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