viernes, 29 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 47

No sabía si eso era verdad, pero debía mantenerse calmado y mostrarse firme para no asustarlo aún más. Él tenía mucha experiencia con hombres más jóvenes e inexpertos que él. Tal vez no tan jóvenes e inexpertos como Tomás, pero era lo mismo. No podía mostrar la menor duda, aunque eso era lo que sentía mientras iba hacia el coche con Sabrina en brazos.

Paula ya estaba tras el volante y cuando lo miró vió algo en su rostro. Vió que contaba con él, que esperaba que solucionase el problema. Pero Pedro no sabía si podría hacerlo y no quería ser el héroe de nadie. Y, sin embargo, al mismo tiempo, un hombre podría vivir solo para ver esa expresión. Paula debía reconocer que estaba enamorándose de Pedro Alfonso. Otra vez. Como había hecho cuando tenía catorce años. El sentimiento se hizo más profundo cuando le habló de su hermano, cuando sintió la enorme carga que había llevado sobre los hombros durante tanto tiempo. Y más aún mientras entraban en el hospital. Resultaba evidente que era un experto en crisis porque parecía tranquilo cuando ella era un manojo de nervios.

Paula podía oír el llanto de un niño y vió a un hombre con la cabeza ensangrentada, una madre que paseaba intentando calmar al bebé que tenía en brazos y a otra mujer dormida en una de las sillas, sin percatarse de los dramas que ocurrían a su alrededor. Pero Pedro no se distrajo en absoluto por todo eso. Se detuvo un momento en la puerta, pero parecía saber por instinto dónde debía ir y quién estaba al mando. Una enfermera le pidió que lo siguiera y él entró tras ella en una de las consultas con Tomás detrás. Paula se quedó en el mostrador, explicando la situación. Pero, aparte del nombre de Sabrina, sabía muy poco sobre ella. Pedro volvió unos minutos después, con Tomás pegado a él como un cachorro huérfano buscando al líder de la manada. Entre los dos fueron capaces de dar la fecha de nacimiento de Sabrina y otra información básica, afortunadamente. Cuando les preguntaron si tenía seguro, Pedro garantizó personalmente el pago y ofreció una tarjeta de crédito que hizo que el empleado levantase las cejas, asombrado. Por fin, fueron a la sala de espera y él sacó una bolsa de patatas fritas de la máquina, que Tomás devoró como si no hubiera comido en dos días.

–¿Cuándo crees que comió por última vez? –le preguntó Paula en voz baja.

–Mejor no saberlo –respondió él, llevándola aparte–. Sabrina tendrá que quedarse en el hospital para que le hagan pruebas.

–Ya, claro.

–¿Qué vamos a hacer con Tomás?

«Vamos». Incluso en medio de aquel caos, Paula era capaz de disfrutar de ese plural. «Vamos». Como si fueran un equipo. Pedro era un líder y se podía contar con él para tomar decisiones difíciles en cualquier circunstancia. La clase de hombre que una quería tener a su lado cuando las cosas se ponían difíciles. Si se declaraba un incendio, él era el hombre al que acudir. Si estabas en un barco que luchaba contra las olas, él era a quien seguirías al bote salvavidas. Y él sabía que era esa clase de hombre, por eso se sentía responsable de la muerte de Gonzalo. De modo que había llegado el momento de no permitir que él aceptase toda la responsabilidad. Y eso significaba ser tan fuerte como lo era él.

–¿Qué quieres decir con eso?

–Creo que deberíamos llamar a los servicios sociales –respondió él.

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