miércoles, 13 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 15

Pero Paula estaba segura de que lo que acababa de sacar del bolsillo del pantalón era la cartera. Cuando volvieron con ella, su admiración se había convertido en rabia. Y la nube rosa había desaparecido. De hecho, sentía como si hubiera caído a la tierra brusca y dolorosamente. Iba a tener que volver a levantar las barreras... ¿Por qué era eso más fácil que tirarlas? La camioneta salió del aparcamiento, seguida del tráiler, con crujidos, ruidos y relinchos de los ponis. Luego, todo quedó en silencio, con Pedro a su lado, demasiado contento consigo mismo.

–Eso no ha sido un milagro, ¿Verdad?

–No lo sé. Capturar a ocho ponis en... –Pedro miró su reloj– menos de ocho minutos por poni podría calificarse de milagro.

La miraba con esa expresión encantadora que recordaba de su niñez, aunque había cierta reserva en sus ojos.

–Quiero decir la llegada de Diego y su equipo.

Pedro no respondió. Al contrario, apartó la mirada.

–Ni siquiera un milagro casero, ¿Verdad? –insistió Paula.

Silencio.

–¿Por qué no me lo has dicho, en lugar de dejar que parlotease como una tonta?

En lugar de dejar que creyese.

–Paula, eres demasiado mayor para creer en milagros...

–¿Ahora soy mayor?

–No quiero decir que seas vieja y decrépita –se apresuró a aclarar él, con una mirada intensa–. En absoluto.

Paula reconoció entonces que sería muy fácil enamorarse de él. Y sabía que había seducido a las mujeres desde que tuvo edad para fulminarlas con esos ojazos verdes.

–Solo quiero decir que la última vez que te ví eras una niña. Seguramente seguías creyendo en Santa Claus.

–¡Tenía catorce años! –exclamó Paula–. Pero ya no creo en Santa Claus, no te preocupes.

Aunque había estado locamente enamorada del hombre que tenía delante, imaginando interminables escenas en las que, por fin, Pedro se fijaba en ella. Claro que, seguramente, ese era el tipo de pensamiento para el que ya era demasiado vieja. La pena de haber sido invisible para él todos esos años estaba mezclándose con el comentario de que era demasiado mayor para creer en según qué cosas y Paula empezó a enfadarse.

–¿Tú has traído a esos hombres?

Pedro se encogió de hombros.

–Ví que tenías un problema e hice una llamada de teléfono.

–¿Qué clase de hombre consigue una camioneta llena de peones con una simple llamada de teléfono?

–Lo dices como si la camioneta estuviese cargada de licor de contrabando en la época de la Ley Seca –se burló él.

–Ah, muy bien, vieja y estirada.

–Yo no he dicho eso. Aunque ahora mismo tienes los labios fruncidos como una profesora que hubiese encontrado una rana en el cajón.

–Estás intentando distraerme.

–¿Y lo he conseguido?

Sí.

–¡No!

–Porque se me ocurre otra manera de distraerte... y hacer que dejes de fruncir los labios.

¿Pedro Alfonso estaba amenazando con besarla? Y era tan fácil imaginar esos labios sobre los suyos...

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