miércoles, 20 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 28

–Recuerdo a tu familia yendo al lago con el coche lleno de maletas –Pedro no dijo nada sobre la punzada de envidia que sentía cuando los veía alejarse, el anhelo de ser parte de algo así.

Pero, curiosamente, aunque lo hubiera deseado con todas sus fuerzas, siempre había rechazado las invitaciones de Gonzalo. Tal vez para no probar algo que él no podría tener nunca. Las familias perfectas se relacionaban con otras familias perfecta. Había sabido eso antes de irse a la guerra y volver más cínico de lo que lo era antes. Y lo era mucho para un niño. De repente, le pareció un demonio contra el que tenía que enfrentarse. Tenía que hacer un agujero en esa ilusión del día perfecto.

–Vamos a hacerlo hoy –le dijo, por impulso–. Nos pondremos un bañador y nos daremos un baño antes de volver a casa.

Descubriría lo aburrido que era y se liberaría del hechizo que Paula estaba tejiendo a su  alrededor.

–No, no hace falta. Ya he tenido mi día perfecto. Gracias por el viaje en Ferrari, ha sido un detalle.

–Yo soy así –bromeó Pedro, moviendo las cejas cómicamente.

Paula no creyó esa despreocupación, pero no lo dijo.

–¿Cómo crees que eres?

Estaba distrayéndola con su encanto... ¿Por qué arruinar el momento? Pero algo lo sobrecogió. Algo llevaba sobrecogiéndolo desde que recordó a su familia marchándose a la cabaña del lago, desde que volvió a verla intentando reunir a los ponis en el parque. Era como si se viera empujado a mostrarle al verdadero Pedro para ver si podía lidiar con ello. Y era el momento perfecto para decirle que había fracasado, que le había fallado a su hermano, pero no estaba preparado para hacerlo.

–¿Cómo soy? Un hombre cínico y agresivo cuando hay que serlo.

Odiaba haber dicho eso porque lo hacía sentir tan vulnerable como si le hubiera contado toda la verdad sobre la muerte de su hermano. Le había mostrado una parte de él que le escondía al resto del mundo, de modo que terminó con tono sarcástico:

–En otras palabras, Pauli, no soy tu tipo.

Como esperaba, ella se mostró indignada.

–¿Quién ha dicho que fueras mi tipo?

–Nadie, solo lo digo para que no te hagas ilusiones.

–No me haría ninguna ilusión sobre tí, te lo aseguro.

–Genial. Vamos a nadar un rato, antes de que te ahogues con ese vestido de lana que no te has puesto para mí.

–No he traído bañador –dijo Paula.

De modo que se había dado cuenta de que el traje era en su honor...

–¿Es de lana? –le preguntó Pedro, inclinándose para mirar la falda de cerca.

–Lana fría, muy ligera –respondió ella, irritada–. Deberíamos irnos.

–Deberíamos nadar un rato. ¿De qué tienes miedo?

–No tengo miedo a nada. Es que no traigo un bañador en el bolso. Imagino que tu tipo de mujer lo llevaría a todas horas, ¿No?

–¿Y cuál es mi tipo, Pauli?

–Una rubia tonta –respondió ella.

Pedro levantó su vaso.

–Has dado en el clavo.

Ella tomó un sorbo de vino... con las mejillas y la nariz un poco enrojecidas. Había tenido razón: se mareaba con una sola copa de vino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario