lunes, 4 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 70

Ellos volvieron a mirarse de una manera que le dieron ganas de darles un puñetazo. Además, estaba de tan mal humor que los derribaría sin despeinarse siquiera.

 —Al parecer, Gabi recibió una llamada de Abril esta mañana. Estaba muy nerviosa y le contó que Paula se había marchado y que tú te habías vuelto loco.

 Él siguió trabajando con la pala sin mirarlos. Si se cansaba lo suficiente, quizá dejara de sentir ese dolor en el pecho.

—¿De verdad?

 —Sí. ¿Es verdad que quitaste todos los adornos de Navidad durante la noche? —le preguntó David.

Él resopló. Efectivamente, eso había sido un arrebato de locura que no podía explicar. Se había sentado junto al fuego para mirar el árbol de Navidad y, acto seguido, había empezado a quitar todos los adornos.

—No todos. Solo los del árbol del salón y las guirnaldas. Todavía quedan muchas tonterías de Navidad por la casa. Había que quitarlas en algún momento, ¿No?

 Dió una palada con todas sus fuerzas y sin mirarlos para no ver la preocupación que se reflejaba en sus ojos.

—¿Por qué se marchó Paula? —le preguntó David en el típico tono solícito de un jefe de policía—. ¿Se pelearon?

Le dolió todo el cuerpo, como si los dos hermanos se hubiesen turnado para darle una paliza. No sabía cómo conseguiría superarlo.

 —Algo así —contestó él.

—Debió de ser una buena pelea para que te pusieras a quitar el árbol de Navidad el veintiséis de diciembre a las dos de la madrugada — comentó David.

Él no tenía por qué explicarles a sus hermanos pequeños lo que hacía o dejaba de hacer.

—¿Qué le hiciste? —presionó Iván.

Él dejó de trabajar y los miró implacablemente.

—¿Qué les hace pensar que le hice algo?

—Solo es una suposición —contestó Iván—. Me pareció muy dulce. A Laura le encantó y no para de repetirme lo perfecta que era para tí.

Él apretó los dientes e hizo un esfuerzo para recordarse que sería casi infantil tirar «accidentalmente» un poco de excrementos a sus hermanos.

—Los dos lo interpretaron mal —replicó él sin alterarse—. Era una huésped en mi casa, nada más.

Quiso añadir que, además, era una huésped farsante.

—Eso no explica que quitaras el árbol de Navidad en plena noche ni que estés limpiando los establos desde antes que amaneciera —insistió Iván lentamente.

Él quiso decirles que no era asunto suyo, pero habría sido mentira. Tenían que saber el engaño de Paula y la historia de su familia. Tenía que contárselo, pero no sabía cómo. Sabía, aunque fuese ridículo, que dudaba porque no quería que ellos tuviesen mal concepto de ella. De repente, estaba tan agotado que no podía pensar con claridad. Se apoyó en la pared del establo.

—Se ha marchado.

—Eso es lo que dijo Abril —confirmó David—. Le contó a Gabi que Paula vino a casa después de la celebración e hizo la maleta.

—No lo entiendo —intervino Iván con una lástima que a él le pareció casi impropia del joven gamberro que había sido su hermano—. Parecía que estaba pasándoselo muy bien. A todos nos pareció fantástica. ¿Fue por algo que dijimos nosotros?

Pedro se quitó el guante de cuero y se frotó la cara con la mano.

—No. Creo que tuvo remordimiento de conciencia y que estaba cansada de decir mentiras.

—¿Qué mentiras? —le preguntó David.

No quería hacerlo. Necesitaba aire y luz, la belleza pura y cristalina de una mañana de diciembre en su rancho. Agarró el sombrero del gancho donde estaba colgado, se lo puso y salió de los establos. Los gemelos lo siguieron un momento después.

 —¿Qué pasa? —le preguntó Iván.

—¿Saben el cuadro que trajo, el que mamá pintó de Luciana?

—Claro —contestó David con cautela.

—Al parecer, tiene muchos más. Tiene todo un almacén lleno de obras de arte robadas de la famosa colección Alfonso.

 Sus hermanos lo miraron fijamente. Él oyó el relincho de un caballo a lo lejos, vió el vaho que todos soltaban por la boca y sintió el nudo que se le había formado en el pecho desde hacía doce horas y que parecía que no iba a soltarse.

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