viernes, 29 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 48

–No, de eso nada –dijo Paula, con firmeza.

Algo en su tono hizo que Tomás levantase la mirada.

–Baja la voz. Si se entera de que vamos a llamar a los servicios sociales, saldrá corriendo.

–Pero es que no vamos a llamar a nadie –insistió ella.

El problema con los machos alfa era que siempre creían tener razón, que solo dependían de sí mismos. Pedro Alfonso era un hombre demasiado solitario, pero ella no iba a dejar que siguiera siéndolo.

–No puedes hacerte cargo del hijo de otra persona, es ilegal. No somos su familia.

–Aún no lo sabemos. Puede que yo sea su tía.

–Esa es una posibilidad muy lejana.

–Vamos a preguntarle si podemos llamar a alguien –dijo Paula.

–Si tuviese alguien a quien llamar, no se habría subido a un camión a cuyos pedales no podía llegar.

–No pienso dejarlo con unos extraños.

–Paula, nosotros somos extraños para él.

Una enfermera salió entonces para hablar con Pedro. Era una chica joven y extraordinariamente guapa. Paula no pudo dejar de notar el respeto con el que hablaba con él. Era como si las personas que lidiaban a diario con crisis se reconocieran unas a otras, como si formasen parte de un club secreto. La joven puso una mano en su brazo y Paula sintió una punzada de celos, aunque no estaba flirteando en absoluto. A pesar de todo, lo observó para ver su reacción. ¿Le guiñaría un ojo, le sonreiría de manera especial? Pero no hizo ninguna de esas cosas. Y, si había notado lo guapa que era la enferma, no lo demostró. De hecho, después de asentir con la cabeza se apartó de ella.

–Sabrina, tiene que quedar ingresada. No saben lo que le ocurre porque está inconsciente y no puede decirles qué ha pasado.

–Yo se lo diré a Tomás.

Paula se puso en cuclillas para no intimidarlo.

–Tomás, tu mamá va a quedarse esta noche en el hospital.

El niño no la miró siquiera. No sabía qué había hecho para ganarse su animosidad, pero eso hizo que se diera cuenta de que eran extraños, que tal vez Pedro tenía razón. Pero aquel niño asustado, hambriento y valiente podría ser hijo de Gonzalo... ella podría ser su tía. No iba a abandonarlo, no podía hacerlo. Él, un niño de siete años, había conducido un camión hasta su casa porque confiaba en ella y creía que hacía lo que debía para salvar a su madre.

–¿Se va a poner bien? –le preguntó por fin.

–Claro que sí –respondió ella–. Está en buenas manos, aquí cuidarán muy bien de tu mamá.

Tomás la miró a los ojos, como para comprobar que era sincera, y Paula se dió cuenta de que estaba intentando no llorar.

–¿Qué quieres hacer, Tomás?

El niño parecía agotado de repente.

–Tengo que cuidar de los ponis. No les hemos dado de comer en todo el día.

La respuesta casi le rompió el corazón. Tan pequeño y con una carga tan pesada sobre los hombros.

–Yo me encargaré de ellos –se ofreció Pedro–. Creo que tú deberías quedarte con Paula, que tiene una habitación para invitados en su casa. Puedes dormir allí esta noche y mañana vendrás a ver a tu madre.

–Pero tú no sabes dar de comer a los ponis –protestó Tomás–. Y yo quiero volver aquí luego para estar con mi madre.

–¿Qué tal si se lo encargamos a Diego McKenzie? Él sí sabe mucho de caballos.

El niño asintió con la cabeza.

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