viernes, 1 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 61

—¿No has oído decir que hay que disfrutar del viaje en vez de ir corriendo al destino? Deberías hacerlo alguna vez.

 —Lo haré —prometió ella—, pero no ahora. Me muero de ganas de que lo abras. Va a encantarte.

 A ella le pareció conmovedor, y otra demostración de lo bien que la habían educado Pedro y Luciana, que por mucho que le hubiese emocionado abrir sus propios regalos, le emocionaba más todavía darle ese regalo hecho por ella a su padre.

 —De acuerdo, de acuerdo.

Pedro se puso la caja sobre las rodillas y empezó a desenvolverla con mucho cuidado. Cuando estaba quitando el último papel, hasta ella estaba sentada en el borde del asiento por el nerviosismo. De repente, supo con toda certeza que haría el amor con la misma atención meticulosa. Se sonrojó por pensar eso en una Navidad en familia. ¿Qué estaba pasándole? Su cabeza se desataba por culpa de él. Dejó a un lado ese pensamiento mientras él levantaba la tapa de la caja y sacaba la manta de colores.

—¡Caray! Es preciosa, Abril. ¿Te la ha hecho alguien?

—¡No! ¡La he hecho yo! Bueno, Brenda me enseñó los puntos y me ayudó mientras estaba allí. Luego, Paula me ayudó a terminarla, pero yo he hecho sola la mayoría.

—¡Es increíble! —Pedro la miró y sus facciones de suavizaron—. ¡Habrás tardado mucho!

 —Un poco —reconoció ella con humildad.

 Paula sabía que había tardado más que un poco.

—No puedo creerme que tú hayas hecho esto —siguió él extendiéndola sobre sus rodillas.

—Creía que se me iban a caer los dedos —confesó Abril.

Estaba sonrojada y tenía los ojos resplandecientes. Parecía como si la reacción de su padre hubiese superado lo que se había esperado.

—¿Sabes lo que es? Es lo perfecto para tumbarme a dormir en el sofá mientras finjo que veo un partido de béisbol.

 —¡Lo sé! Eso es exactamente lo que había pensado.

Él se rió y extendió los brazos.

—Gracias. Te quiero. Es preciosa y significa mucho para mí porque le has dedicado tu tiempo para hacerla. Ven aquí, cosita.

 Ella lo abrazó y el amor entre el padre y la hija la alcanzó en un rincón solitario de su corazón.

—¿Y esos últimos regalos? —preguntó Pedro.

—Es verdad.

Abril guiñó un ojo descaradamente a su padre, fue a recoger los regalos que había en las ramas más bajas del árbol y se los llevó a Paula. Ella miró su nombre escrito y luego los miró a ellos.

—No tenían que hacerme regalos…

—¿Como tú tampoco tenías que hacernos regalos a nosotros? — preguntó Pedro.

—Los míos no han sido gran cosa —replicó ella sonrojándose—. No he tenido tiempo de ir de compras.

La primera noche que llegó a Pine Gulch, antes de ir al rancho, dió un paseo por el pequeño centro comercial del pueblo y entró en un par de tiendas de regalos. La noche anterior, mientras pensaba qué podía regalarles, se alegró de las compras que hizo impulsivamente. A Pedro le había regalado el libro sobre la historia de Pine Gulch que se había comprado por curiosidad. Para Abril tenía unos pendientes de plata y turquesa y un frasco de colonia que había comprado para Florencia, pero ya encontraría otra cosa para su amiga.

 Abrió primero el regalo de Abril y el corazón se le encogió cuando lo vió.

—Es preciosa… ¿Cuándo has tenido tiempo para hacerla?

—La he hecho durante las dos últimas noches, cuando me iba a la cama. No creo que tengas muchas oportunidades de ponerte una bufanda en San Diego, pero es posible que alguna vez…

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