viernes, 15 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 19

Y estaría bien que viese un ramo de flores con una tarjeta en la que dijera: "Para Paula, con amor". Pero cuando llegó el ramo y miró la tarjeta se preguntó si sería una señal de que las cosas no iban a salir como ella esperaba, porque la letra no era precisamente masculina. De modo que, enfadada, la tiró a la papelera. Tal vez era una innecesaria atención al detalle, pero eso era lo que hacía para ganarse la vida: organizar eventos perfectos. Aunque no se le escapaba que complicarse tanto la vida para cambiar la impresión que Pedro tenía de ella era demasiado. Y no era solo el despacho limpio y las flores. Era una noche en vela planeando lo que iba a ponerse, probándose mentalmente todos los vestidos y conjuntos que tenía en el armario. Y eso no auguraba nada bueno. Había decidido ponerse el conjunto de Chanel en color turquesa al que, en secreto, llamaba «el traje de bibliotecaria sexy». Que era precisamente lo que quería parecer, sexy pero seria y profesional sin haber hecho el menor esfuerzo. Bajo la chaqueta llevaba una blusa de seda azul marino, muy profesional, incluso con los dos primeros botones desabrochados.

–Una bibliotecaria muy sexy –murmuró.

El traje daba un poco de calor porque era de lana, pero había aire acondicionado en la oficina y, por observador que fuera, Pedro no distinguiría la lana del lino. De modo que, al contrario que en su último encuentro, en aquella ocasión todo sería perfecto. Llevaba el pelo recogido en un elegante moño, un maquillaje sutil, pero bien aplicado, un traje serio y un poquito sexy a la vez. Incluso tenía un pequeño guion mental para el encuentro. «¿Cuánto dinero pensabas donar a la organización? Un donativo en efectivo sería ideal para nosotros». Exactamente a las once en punto, Carla entró en el despacho y cerró la puerta tras ella.

–Dios mío, ha llegado.

Paula no tenía que preguntar a quién se refería. La expresión de Carla lo dejaba bien claro. Irritada por la capitulación de su secretaria, decidió mostrarse tan fría como el color de su traje.

–¿Quién ha llegado?

Carla, por supuesto, no se dejó engañar. Llevaban años trabajando juntas y se conocían bien. Eran mucho más que jefa y empleada, eran amigas y compañeras de trabajo. Carla podía, y lo había hecho alguna vez, llevar el negocio por sí misma, especialmente durante las horribles semanas tras la muerte de su hermano.

–Tu cita está aquí.

Paula la miró, boquiabierta. Después de tantos preparativos no había imaginado que se pondría colorada por tan poca cosa.

–Yo no tengo una cita. Tengo una reunión de trabajo.

–Es guapísimo. Se parece a Hugh Jackman, pero más guapo aún.

Paula sintió que le daba vueltas la cabeza, pero tenía que tomar el control, fuera como fuera.

–Yo no tengo una cita –repitió.

–Él dice que tienen una cita.

–No es verdad.

Carla la miró atentamente.

–Pues te has vestido como si lo fuera.

–Me he puesto este trabajo diez o doce veces.

–Si tú lo dices... ¿No es de lana? Hay treinta grados en la calle.

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