miércoles, 20 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 26

–¿Qué fue de tu prometido? –le preguntó.

Para ser un hombre que se enorgullecía de su instinto había hecho la pregunta equivocada y, de inmediato, la camaradería desapareció. O tal vez eso era lo que quería que pasara.

–¿Qué sabes tú de mi prometido? –le preguntó Paula, claramente molesta.

–Gonzalo me habló de tu compromiso. No le caía muy bien... ¿Patricio?

–Pablo.

–¿Y qué pasó?

Paula se quedó callada durante tanto tiempo que pensó que no iba a responder. Miraba el lago, donde unos chicos se tiraban al agua, jugando, empujándose, sus risas tintineando en el aire. Pero cuando volvió a mirarlo, se dio cuenta de que hacía un esfuerzo para contener la emoción. Y a él no se le daban bien las emociones. No debería haber abierto la caja de Pandora, pensó.

–Me dejó –respondió ella por fin, levantando la barbilla como si no le importase.

Pero sus ojos contaban una historia completamente diferente y se dió cuenta de que estaba viendo a la Pauli más auténtica, más vulnerable. Y que ella le había confiado eso. Como él había confiado en ella.

–Me dejó porque no era capaz de lidiar con el dolor. Pablo decía que era hora de seguir adelante, de volver a ser quien era antes.

Pedro sintió una oleada de furia que tuvo mucho cuidado de esconder. Ella se miró las manos.

–No lo entendía.

–Estaba equivocado, uno no puede olvidar. Y no vuelve a ser el que era antes.

Paula lo miró y la gratitud en sus ojos era tan intensa que lo conmovió. Pero entendió entonces que la muerte de Gonzalo era el lazo que había entre ellos. Un lazo irrompible. Solo ellos entendían lo que era perder a un hombre así. Cómo cambiaba el mundo para siempre y para peor.

–Espero no conocer nunca al tal Patricio –murmuró, equivocando el nombre a propósito porque no era importante. Lo importante era la personalidad de un hombre.

–¿Por qué?

–Porque no seré responsable de lo que pase.

Pensó que Paula iba a regañarlo por insinuar un acto de violencia. Tal vez incluso lo esperaba para volver a cerrar esa puerta. Esperaba que mostrarle quién era en realidad, lo rápidamente que volvía a su lado oscuro, la asustaría un poco. Porque no estaba seguro de poder aceptar su confianza. Sí, ella podía confiar en que estaría a su lado si lo necesitaba, pero no podía confiar en que hiciese las cosas a su manera, dulcemente. Sabía que esa oscuridad dentro de él podía apagar su luz. Pero en lugar de ver eso, en lugar de asustarse, ella dijo:

–Gracias.

La intensidad del momento la había turbado tanto como a él, pero Paula cambió de tema abruptamente.

–Háblame de tu empresa y de lo que te gustaría hacer por Warrior Down.

O tal vez era un cambio de tema lógico al pensar en su hermano.

–Cuando me alisté, mi hermano Federico estaba en el último año de instituto. Era un artista con mucho talento y quería meterse en el mundo de la infografía... ya sabes, diseños por ordenador.

–Sí, claro.

–Yo no tenía mucho dinero, pero lo invertí en su educación y, más tarde, en una compañía. Mi hermano consiguió un contrato para hacer los gráficos del coche de carreras de Sergio Bellino. ¿Lo conoces?

–¿El piloto de carreras? Sí, claro.

–Mi hermano hizo los gráficos para el último coche de Sergio y con eso logramos mucha publicidad. Luego consiguió un contrato para una línea de autobuses... es un artista y, para sorpresa de todo el mundo, un hombre de negocios muy astuto.

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