lunes, 18 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 22

–Espera un momento –dijo Pedro cuando ella pasó a su lado.

Paula había intentado no rozarlo, pero no sirvió de nada porque él levantó una mano para tocar su pelo, como para apartar un mechón de su frente. Pero lo que hizo fue quitarle el prendedor que lo sujetaba, dejándolo suelto. «Cómo te atreves» sería la respuesta adecuada. O darse la vuelta y entrar de nuevo en su oficina, dejándolo con un palmo de narices. En lugar de eso, sintió un escalofrío hasta la planta de los pies. Se quedó inmóvil, capturada por el brillo de admiración masculina que había en sus ojos.

–No puedes viajar con la capota bajada sin dejar que el viento mueva tu pelo –le dijo, con voz ronca.

Le ofreció el prendedor y ella lo guardó en el bolso sin la menor palabra de protesta. Tal vez otra mujer sería más fuerte, pero la mezcla del deportivo rojo y la sensual caricia en su pelo la dejó incapacitada. No podía resistirse a la tentación. Paula se inclinó para entrar en el coche. Nada podía estar a la altura de una fantasía que había tenido durante tanto tiempo, se decía a sí misma, intentando desesperadamente recuperar el control. Pero cuando Pedro se colocó tras el volante y oyó el suave rugido del motor tuvo la horrible impresión de que tal vez algunas cosas podían ser incluso mejores que una fantasía.

–¿Dónde vamos? –le preguntó.

–¿Eso importa?

El coche se movía con tal suavidad que parecían estar flotando por el aire y el deseo de recuperar el control se esfumó.

–No.

–Había pensado ir al lago Okanagan y comer en el restaurante del hotel.

–Ahí es donde tendrá lugar la cena benéfica.

–Lo sé.

Paula hizo una mueca mientras se abría paso entre el tráfico de Mason para tomar la carretera del lago. ¿Aquel hombre lo sabía todo? Aparentemente, sí. Incluso conocía su sueño de tener un Ferrari rojo.

–Gonzalo debió de hablarte de mi secreta fascinación por estos coches.

–¿Y es lo que tú esperabas? –le preguntó Pedro, con una sonrisa que no la distrajo. No quería admitir que Gonzalo y él habían hablado de ella.

–Por el momento, es más de lo que yo esperaba –admitió Paula–. Pero la verdad es que no sé si me gusta que mi hermano y tú hablaran de mí.

–Y lo entiendo –Pedro levantó las cejas como el villano de las películas.

A pesar de saber que estaba intentando distraerla, Paula tuvo que reír. Desde la muerte de Gonzalo y la ruptura de su compromiso con Pablo no había encontrado muchas razones para reír y no se le escapaba la ironía de que su trabajo consistiera en organizar ocasiones felices para los demás.

–Cuéntamelo –lo retó.

–Muy bien. Creo que lo sé casi todo sobre tí.

–¿Ah, sí?

–Tu color favorito es el amarillo y tu libro favorito Ana de las tejas verdes. Sé que una vez le diste un puñetazo a un niño que te robó un beso... y que te castigaron por ello. Eso sí que tiene gracia, tú castigada.

–A pesar de lo que crees, no soy una niña tan buenecita.

–Ya –murmuró él, incrédulo–. Cuéntame algo sobre tí que me sorprenda.

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