lunes, 4 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 66

Abril fue la primera en entrar y se quedó petrificada al verla con la maleta. Se paró tan bruscamente que su padre casi se chocó con ella.

—¡Eh! —exclamó Pedro levantando una mano para sujetarlos.

Entonces, levantó la mirada y la vió. Ella captó un torbellino de sentimientos en sus ojos que terminó con un brillo de rabia que contuvo inmediatamente.

—¿Vas a alguna parte?

Ella quiso echarse a llorar, taparse la cara y salir corriendo por la puerta, pero ya había sido bastante cobarde y se puso muy recta.

—Sí. Voy a Jackson a pasar la noche. He… he encontrado un hotel y he reservado un billete para California, para mañana.

—¿Por qué? —gritó Abril con desesperación—. Estábamos pasando unas navidades fantásticas.

Ella sintió un dolor en el pecho, como si la niña le hubiese dado un puñetazo.

 —Lo sé, cariño. Han sido maravillosos y lo he pasado muy bien. Es que… tengo que marcharme.

 —¿Por qué? —insistió Pedro.

Para ser dos palabras tan inofensivas, la desgarraron y le hicieron trizas los sentimientos.

 —Porque sí. Este no es mi sitio. Han sido muy amables al abrirme las puertas, pero… no quiero abusar y quedarme demasiado tiempo.

—Y por eso te marchas la noche de Navidad a las nueve. ¿Te parece el mejor momento?

—Te recuerdo que intenté marcharme una docena de veces durante los últimos días, pero siempre había un motivo para que me quedara.

—Y ahora te has quedado sin motivos. ¿Es eso lo que quieres decir?

Le pareció que él estaba furioso otra vez, pero había algo más profundo. Parecía herido. Pensó en los besos y en todos los sentimientos. Quería quedarse en River Bow más que cualquier otra cosa en su vida, quería que esos sentimientos tuviesen la oportunidad de florecer, pero sabía que no podía. Él no querría que se quedara cuando supiese la verdad, y si se había quedado sin algo, había sido sin la docena de excusas que se había puesto para eludir ese momento.

—Este no es mi sitio…

 —Lo es y los dos lo sabemos —la interrumpió él—. Encajas perfectamente en esta casa, y en nuestras vidas.

Ella tomó aliento al sentir otro dolor desgarrador. Él también notaba lo bien que habrían estado juntos si todo hubiese sido distinto. Sintió que las lágrimas la abrasaban y parpadeó para contenerlas.

—No. No puedo. Si supieses la verdad sobre mí, estarías de acuerdo.

 —Cuéntamela. Has estado ocultando algo desde que apareciste. ¿Qué está pasando? ¿No tienes agallas para decírmelo ni siquiera cuando estás saliendo por la puerta?

Ella se llevó una mano al abdomen. Tenía que decírselo. Miró a Abril y vió la perplejidad y la desdicha en su dulce rostro. El corazón se le desgarró más todavía. Pedro se dió cuenta y se dirigió a su hija.

—Abril, vete a tu cuarto, por favor.

—¡Pero papá!

—Abril, por favor.

Aunque lo miró con rabia, cruzó la cocina seguida por el perro con tres patas. Antes de salir, se dió la vuelta y miró con furia a Paula.

 —Creía que éramos amigas. Las amigas no se abandonan —le espetó con todo el dramatismo de una adolescente.

 —Lo siento muchísimo, Abril. De verdad.

La mirada que recibió le indicó muy claramente que la niña no la creía. La oyó a Abril subir corriendo las escaleras y cerrar con un portazo la puerta de su cuarto. Cada sonido aumentaba su remordimiento y su dolor.

—¿Puedes decirme ahora qué está pasando? Has intentado escapar desde que llegaste a River Bow. ¿Es porque anoche te dije que estaba empezando a sentir algo por tí? ¿Es porque estoy enamorándome de tí?

 La felicidad la abrasó por dentro y, por un momento, quiso deleitarse con ella, hasta que la cruda realidad sofocó bruscamente esa alegría. Las lágrimas le quemaron con más fuerza y esa vez le parecía que no podía contenerlas.

—No estás enamorado de mí —replicó ella con una voz desgarrada—. No puedes estarlo.

—Siento tener que decírtelo —él entrecerró los ojos—, pero tú no vas a decidir si te amo o no.

Tenía que marcharse inmediatamente, mientras pudiera contener las lágrimas.

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