viernes, 22 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 32

Cuando Pedro intentó subir de nuevo, ella puso un pie sobre su torso con intención de empujarlo y cuando él la agarró por el tobillo logró soltarse, riendo. Volvió a intentarlo y, de nuevo, Paula lo envió de vuelta al lago. Pero mientras estaba congratulándose de haber repelido el ataque, él la agarró por la muñeca y la tiró al agua de cabeza. Él subió al corcho y repelió todos sus esfuerzos por subir hasta que los dos estaban riendo y ella se olvidó de sus vergüenzas, inmersa en el juego, en la sensualidad del momento... agua fría, cuerpos mojados, un perfecto día de verano y un hombre perfecto con el que disfrutarlo. Por fin, logró agarrarse a una de sus rodillas, como un bull terrier que se negaba a soltar a su presa.

–Muy bien –dijo Pedro cuando los jadeaban por el esfuerzo–. Me has agotado. Compartiré el corcho contigo.

–¿Es eso una rendición?

–Podríamos decir que es una tregua.

Ella fingió pensárselo.

–Muy bien.

Pedro le ofreció su mano, que Paula aceptó. Tiró de ella con una fuerza increíble y se quedaron de pie, bajo el sol, pegados el uno al otro, chorreando agua y mirándose a los ojos. La Madre Naturaleza había creado un hombre perfecto, pensó. Sus facciones esculpidas, masculinas, gloriosas, los músculos mojados emanando fuerza. Y sus ojos eran del verde mas intenso que había visto nunca. La mirada de él se deslizó con franca admiración desde el pelo hasta el escote y luego a sus labios. Y por un momento, se quedaron allí, haciendo que ella deseara lo que él claramente deseaba. Pero entonces Pedro se dió la vuelta, tumbándose boca arriba para tomar el sol y ella se tumbó a su lado.

–¿Por qué nunca has vuelto a casa? –le preguntó–. Gonzalo volvía siempre que podía. Y siempre venía en Navidad.

Él no respondió inmediatamente, seguramente debatiendo consigo mismo qué quería confiarle. Y Paula se emocionó cuando respondió por fin, sabiendo que había pasado una prueba que no pasaba mucha gente.

–Me alegré tanto de irme de casa que, salvo por mi hermano, nunca miré atrás. El ejército fue una bendición para mí... la rutina, las reglas, las comidas a la misma hora todos los días.

–Podrías haber ido a casa con Gonzalo. Sé que él te lo pidió muchas veces.

–Suelo pasar las vacaciones con mi hermano, pero los dos fingimos que no es Navidad. A veces vamos a esquiar, a California en una ocasión, a Francia en otra.

A pesar de que lo contaba con aparente indiferencia, a Paula se le encogió el corazón.

–¿Cómo están tus padres? Se marcharon del barrio poco después de que tú te alistaras en el ejército.

–Los dos han muerto. Mi madre de cirrosis, mi padre unos años después en un accidente.

–No lo sabía. Gonzalo no me dijo nada.

–La gente que vive la vida como mis padres no resiste mucho tiempo.

Paula giró la cabeza para mirarlo, pero tenía una expresión reservada, distante.

–Lo siento.

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