viernes, 8 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 4

«¿Cómo se ha convertido en una chica tan estirada? ¿Y por qué va a casarse con un contable que nunca podrá comprarse un deportivo rojo?». Entonces, como para demostrarle a su hermano que estaba equivocado, que no era una estirada, la seria hermana de Gonzalo Chaves, que no sabía relajarse, se quitó el otro zapato y lo lanzó al poni, que trotaba alegremente, gritando una palabrota que los soldados usaban a menudo, pero que habría escandalizado a los invitados de sus perfectas fiestas para niños ricos.  Pedro esbozó una sonrisa. Y hacía mucho tiempo que no encontraba nada que lo hiciera sonreír. Pero estaba claro que no era un buen momento para hablar con ella. Por supuesto, lo más caballeroso sería ayudarla, pero había abandonado toda ilusión de ser un héroe tiempo atrás y Paula no querría que la viera en ese estado. Vulnerable. Sin control. Necesitando ayuda. Además, él no sabía nada sobre caballos de tamaño normal y mucho menos sobre caballos en miniatura. Claro que dejarla allí sola parecía un poco egoísta por su parte y el recuerdo de Gonzalo exigía que fuese mejor de lo que era. Aunque no fuese la hermana de Gonzalo, él no hubiera aprobado que abandonase a una damisela en apuros. Recordó entonces su arma secreta, de modo que sacó el móvil del bolsillo e intentó no hacer una mueca cuando Valeria respondió con su habitual:

–Dígame, señor Alfonso.

Había intentado convencerla de que lo llamase por su nombre de pila, pero era imposible.

–Valeria, necesito a alguien que pueda reunir a un montón de ponis sueltos.

Si la petición la había pillado por sorpresa, no lo demostró. Su ayudante anotó los detalles y le aseguró que se pondría a ello de inmediato. Pedro tomó la decisión de ayudar a Paula Chaves a salvar su orgullo escondiéndose entre los árboles para que no lo viera. Pero justo cuando había tomado esa decisión, ella se quedó inmóvil. Le recordaba a un cervatillo olfateando el aire, un sexto sentido alertándola de que no estaba sola, que estaba siendo observada.

Entonces se dió la vuelta y lo miró directamente.  Al reconocerlo, se cruzó de brazos y levantó la barbilla, distanciándose de la mujer que lanzaba zapatos y gritaba palabrotas a un montón de ponis rebeldes. Sintiendo algo en el pecho similar a lo que sentía antes de empezar una misión o antes de entrar en batalla, Pedro se dirigió a Paula. Y se detuvo justo delante de ella. ¿Sus ojos siempre habían sido de ese color? Eran pardos, una palabra muy simple para tan rica mezcla de colores: castaño, dorado, verde, como un exótico tapiz. ¿Sus labios siempre habían sido tan generosos y brillantes? La clase de labios que un hombre imaginaba aplastando bajo los suyos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario